sábado, 28 de febrero de 2015

Y yo que creía que (15) a los bebés y a los niños había que bañarlos todos los días

   Cuando acababa de tener a mi Gansi estaba convencida de que a los bebés y a los niños había que bañarlos todos los días. Me parecía algo indiscutible, algo necesario para establecer las rutinas. Todos los días, a las 8, la hora del baño.

   Pues lo primero que aprendí es que los horarios y las rutinas es algo que hay que ir implantando en los niños gradualmente y a medida que cada uno va estando preparado para ello. Los bebés recién nacidos no pueden tener horarios, por lo menos mi bebé no.

   ¿Vas a bañar a un bebé “para que se relaje” a las 8 de la tarde, ponerle el pijamita, darle de comer y esperar que se duerma? Por lo menos en mi caso esto no servía y no tardé en averiguarlo.

   Quien ha tenido un bebé con cólicos (pero de los de verdad) sabe que las tardes son lo peor. En mi caso era llegar las 6-7 de la tarde y entrarle a mi Gansi un llanto repentino y absolutamente inconsolable, y eso que probamos de todo. Bañar a un bebé que llora, grita y se retuerce como si tuviera fuego por dentro era de todo menos relajante, y yo lo hacía porque creía que era obligatorio.

  Y si por casualidad se dormía sobre las 8 menos cuarto (de puro agotamiento tras llorar), lo que menos me apetecía era hacer cualquier cosa que perturbara su sueño y su descanso, que en el caso de mi Gansi era el más mínimo roce. Mi peque no ha sido nunca de esos bebés que les haces de todo mientras duermen y no se despiertan (ni siquiera estoy segura de que estos bebés existan), esos bebés que cuando duermen les cambias el pañal o les vistes e incluso les bañas y ni se coscan. Por supuesto si se me ocurría seguir adelante con la hora del baño el drama estaba garantizado.


 "¿A tí te parece que me estoy relajando?"

   Entonces ¿para qué bañar a mi bebé? ¿Para que se relajara y se durmiera? Pero si no se relajaba lo más mínimo, y a veces ya se había dormido. En niños ya más grandecitos el baño ya sí puede ser parte del ritual que indica que se acerca la hora de dormir, pero los bebés, especialmente los de alta demanda, duermen en fracciones de mini siestas de duración y horario indeterminados.

   Sólo quedaba un motivo: la higiene. Pero ¿se había ensuciado mi peque? Si la última vez que se hizo pis y caca le lavé el culito con agua (sobre todo cuando empecé a dejar de usar toallitas, por sus problemas de piel delicada, que ya explicaré otro día), si aún huele a jabón y colonia, si no ha sudado. ¿De verdad era tan necesario el baño? ¿Tanto compensaba darle el sofocón o perturbar el sueño que tanto le había costado conciliar?

   Pues resulta que no, que no hay razón (desde el punto de vista higiénico) para bañar a un bebé o a un niño pequeño todos los días, y mucho menos a una hora determinada. En el caso de los niños pequeñitos, basta hacerlo en días alternos (a no ser que haya algún percance y estén cubiertos de mugre de algún tipo), y en el caso de los bebés, cada 3 o 4 días es más que suficiente, a no ser que tengan alguno de esos momentos “explosión de caca” en los que de repente te encuentras a tu bebé literalmente de caca hasta el cuello.

   Y si no me crees prueba y verás. Ya me hubiera gustado a mí saber estas cosas antes, pero por un lado mi mente estaba cuadriculada con ideas preconcebidas, y por otro, todas esas “visitas postparto” se marchaban “porque ya llegaba la hora del baño” (reafirmando mis convicciones) o insistían en quedarse a participar del precioso momento, y por supuesto después de la primera vez ya no volvían, porque aquello de precioso no tenía nada, eso era una tortura para madre y bebé, y dicho sea de paso, para los tímpanos de cualquiera en 500 metros a la redonda.

   Lo ideal, sobre todo para un bebé pequeñito, es aprovechar un momento en que estén de buenas. En algunos bebés será casi todo el tiempo, y en otros prácticamente nunca. Y sea la hora que sea meterlos con suavidad en agua calentita, utilizando un jabón muy suave, o nada de jabón, haciendo que ese momento sea lo más parecido a una regresión a su estado uterino.

   Algo muy útil para ello son las bañeritas tipo “tummy tub”, de las que yo solía burlarme cuando era Gansa Premamá, porque me parecía que se habían inventado la mejor excusa para vender un simple barreño a precio de oro, y que yo no metía a mi peque en un cubo.


 Basta sujetarles la barbilla para que no bajen la cabeza


   La verdad es que uno de los inconvenientes de este tipo de bañeritas es que no duran mucho. No pasa mucho tiempo antes de que tu bebé ya no quepa ahí, sobre todo si tienes un bebé grandote (a mi Gansi ya le habría servido de sombrero en 3 o 4 meses), pero antes de esto contribuyen a hacer del baño una experiencia de lo más agradable.

    Y es que de eso es de lo que se trata, de que el baño sea agradable y relajante, no una obligación que hace que todos pasen un mal rato. Porque, especialmente cuando los bebés son pequeños, no contribuye a que asocien que se duerme por la noche, por lo menos en mi caso no fue así en absoluto.

    Es más, en el caso de bebés y niños con piel delicada, el baño diario puede ser contraproducente. De hecho, una de las cosas que más hizo mejorar la piel de mi Gansi (más de los cientos de euros que me gasté en cremas varias) fue el cambiar el baño de diario a días alternos.

  No digo que no se lave a los niños, más aún si se nota que les hace falta, sólo que no hay por qué hacerlo a diario, pudiendo ser incluso perjudicial en determinados casos. Los expertos dicen que incluso aumenta el riesgo de enfermedades e infecciones cutáneas (¿cómo te quedas?). Tampoco vas a lavar a tu peque una vez al mes porque no le guste bañarse, que hay muchísimos niños que odian el momento del baño por más que les cantes y les llenes la bañera de patitos, pero por lo menos no les das el disgusto todos los días.



"Pues aquí se está de lujo..."

domingo, 22 de febrero de 2015

Y ahora qué hago yo contigo...

   Al principio de tener a mi bebé, lo único que me agobiaba era su demanda incesante, que nada tenía que ver con la idea que yo tenía de cómo eran los niños. Al cabo de un par de meses siguió demandante, pero a este agobio se sumó otro: ¿Qué se hace con un bebé? ¿Qué hace un bebé/niño pequeño todo el día?

   “¿Qué hago con mi bebé desde que me despierto por la mañana?” (Mejor dicho, desde que se/me despierta).

   Muchas veces pasaban las horas y lo único en que había invertido mi tiempo era en tomas interminables de pecho, con alguna que otra mini siesta entre medio en las que yo me apresuraba a recoger y limpiar la casa, a atreverme a ducharme, sin éxito muchas veces, y otras, por más que tratara de darme prisa (que en mi vida me he duchado tan rápido) sufría de “ducha interruptus” y tenía que salir empapada a coger a mi bebé que se desgañitaba llorando desde primer segundo en que abría el ojo y no me veía.







   Luego, me sentaba delante de mi bebé y le miraba como se miran dos extraños en una incómoda cita a ciegas, pensando “¿qué hacen los bebés? ¿A qué deben dedicar el tiempo?... ¡ya se! Cosas educativas, sin duda”.


   Es tremendamente estresante pasar el día entero encerrada en casa tratando de buscar actividades (a ser posible educativas) para hacer con bebés, porque, sobre todo si son pequeños, no hay demasiadas y no duran mucho tiempo. Para colmo, la falta de sueño me había quitado toda la poca inventiva que tenía.

   Tratar de planificarlo tampoco sirvió: “5 minutos de cucutrás, 1 minuto boca abajo en el suelo (tampoco aguantaba más), 5 minutos de teatro con peluches (más ya conducían al llanto), otros 5 mirando los coches por la ventana...” no había pasado ni una hora y ya estaba agotada y sin ideas.

   Salir a la calle tampoco me ayudaba, especialmente cuando mi peque aún no tenía edad para disfrutar del parque. Cuando empezó a tenerla, sólo disfrutaba si compartía conmigo cada segundo del juego, y es extenuante seguir el ritmo a un bebé o niño pequeño en el parque durante más de una hora, así que era frecuente que yo acabara suplicando por volver ya a casa.

   Y una vez en casa, más agobio, sobre todo cuando mi peque decía que esa mañana no había siesta (cuando fue creciendo cada vez fue haciendo aún menos) y tenía que preparar la comida o vestirme, porque necesitaba contacto y atención constante.

   No quería caer en utilizar el recurso de la tele. Había oído que había programas “educativos” para bebés (aunque más tarde he sabido que tampoco son aconsejables), pero mi Gansi no les prestaba atención. Mientras que otros niños se embobaban con la musiquilla y los muñecos del Baby Einstein o los cantajuegos, a mi peque no le llamaban en absoluto la atención.

   Sobre la cantidad de actividades que acumulé y lo que aprendí acerca de gestionar el tiempo de los niños ya hablaré más adelante en otra entrada, ahora sólo quería compartir (y espero no ser la única que lo ha experimentado) esa sensación de estrés que me producía tener a mi peque todo el día conmigo (porque yo no trabajaba entonces) y no saber qué hacer.


 "A ver, ¿y si jugamos a contar los coches amarillos que van pasando? 
No, que eso ya lo hemos hecho..."


   Otro problema de salir a la calle es que me daba la sensación de que mi peque no disfrutaba de los paseos, aparte de que no aguantaba mucho tiempo en el carrito y tenía que parar cada poco tiempo a darle el pecho (al principio, cuando no me atrevía a dárselo en la calle, lo que hacía era correr espantada para casa, así que el paseo era express), o a tratar de consolar un llanto inconsolable motivado por sus cólicos. Tampoco se me ocurría dónde ir, si andar por andar, si hacer un recado (lo cual también era increíblemente estresante cuando empezaba a llorar a berrido limpio justo en la línea de caja del súper)...

   Había oído, de otros padres, que la calle es la salvación, el recurso definitivo, y que el agobio viene únicamente esos días en que por el motivo que sea no se puede salir. En mi caso era casi igual de estresante pensar en cosas para hacer en la calle que en casa. Dónde ir (¿siempre al parque? Donde vivo tampoco hay muchos más sitios), qué enseñarle (¿buscar bichitos, mirar piedras?)...

   Me estresaba muchísimo tener a mi peque a mi lado y que no se me ocurriera nada para que hiciéramos juntos, y me daba pavor que se abrurriera. Más tarde comprendí que un poco de aburrimiento tampoco es malo, ya que fomenta la imaginación.

   Cuando mi peque fue creciendo, fui aprendiendo, pero no terminaba de solucionar el problema. Me sentaba a su lado y le decía “¿a qué jugamos?”, quizá me contestaba “No té...” yo: “emmm... ¿pintamos?” posible respuesta “nooo” (a ver qué pienso ahora), “¡ti!” (a ver qué pinto ahora, si se me da fatal...) y como eso todo: “¿Jugamos con la plasti?” (Gansa, que tú no pasas de las bolas y los churros) “¿Jugamos con la cocinita?” (en 20 minutos ya has hecho todas las recetas que te sabes).”¿Bailamos?” (en 10 minutos estarás sudando más que si hubieras ido a Zumba, suerte que tu peque ya se habrá aburrido de eso), “¿Jugamos a médicos y veterinarios?” (en 15 minutos ya habéis curado 3 veces a todos los peluches de la casa y a ti no se te ocurren nuevas dolencias, te has quedado ya sin recursos después del empaste al burrito de trapo, el baipás coronario de Piolín y el trasplante de hígado de Pepa Pig), “¿construimos un fuerte o un castillo?” (una vez hecho te sentarás dentro con tu peque y os miraréis diciendo ¿y ahora qué?)...

   Y es que para llenar el tiempo de un niño hay que tener mucha inventiva.

   Pero lo que más me ayudó, lo que mejor funcionó en mi caso, fueron dos cosas:

   La primera, ir dejando que mi peque guiara un poco el juego, tratando de descubrir qué cosas le gustaban más y potenciarlas, sin miedo a esos ratos en blanco sin nada que hacer.

   Y la segunda incluir en su juego actividades cotidianas como limpiar, recoger, ordenar , regar las plantas, hacer la compra (escribir la lista, buscar por la tienda lo que necesitamos) y cocinar (todo lo que implique guarreo, en mi caso es éxito asegurado). De esta forma los niños aprenden, participan y colaboran.

   Realmente había días que no veía el momento de que llegara alguna actividad rutinaria del día, como el baño y la cena, y es que las rutinas (flexibles, eso sí) y la planificación me han servido de mucho.

domingo, 15 de febrero de 2015

Es por su bien

   Cuando decimos la frase “es por su bien”, en relación a nuestros hijos, normalmente nos referimos a algo que no les va a gustar mucho, pero que a la larga les va a repercutir en beneficio. Nunca decimos “que se tomen este trozo de pastel de chocolate, que es por su bien”, ni “que se queden jugando en el parque hasta las 11 de la noche, que es por su bien”. No, cuando lo decimos es porque es algo que a nuestro peque no le va a hacer mucha gracia.

   Y es que no siempre aquello que es bueno para nosotros es agradable, por eso hay veces que sentimos que todo lo que nos gusta es ilegal, es inmoral o engorda. Algo parecido pasa con nuestros hijos.

   Hay casos muy claros, como tomarse una medicina, que no es agradable pero al final te sientes mejor después de tomarla, pero otras veces el beneficio no está tan claro.

   Hay cantidad de cosas que los pobres peques hacen por su bien, sin que les guste, como tener que irse a la cama cuando se lo están pasando bien o aún no sienten mucho sueño, para que por la mañana (a la hora de despertarse acordada por los adultos) estén descansados, o tener que comerse ese plato de verduras que tiene tan mala pinta y peor sabor, pero que es super sanísimo.


 "¡Soy verdurín, el amigo de los niños!"
Imagen de entrechiquitines.com



   Y los padres nos volvemos locos intentando que el mal trago sea lo menos desagradable posible, intentamos que ese plato de verduras esté lo más apetecible al gusto y a la vista, leemos los cuentos que haga falta para amenizar la hora de irse a dormir, rezamos para que ese jarabe sepa de verdad a fresa, inventamos juegos para que la hora del baño sea algo divertido, y si hace falta hasta les prometemos pizza para cenar si se vienen ya del parque, y lo hacemos porque creemos firmemente en el bien final, pero a veces dudamos y pensamos “¿merece la pena que pasen por esto?”. Y dudamos todos, dudamos cuando los dejamos llorando en el colegio, cuando nos suplican que no les demos el jarabe que está malísimo, cuando les castigamos. Siempre pensamos “¿estoy haciendo bien? ¿habrá otra manera de hacer las cosas? ¿me alegraré después de lo que he decidido hacer?”

   Cuando lo pasan tan mal siempre pensamos “¿de verdad merece la pena ese bien final?”. “¿De verdad tienes tan pocas ganas de bañarte hoy? Ala, pues mañana vas apestando” “¿no te quieres vestir? Pues salimos a la calle en pijama” “¿tanto te duele que te desenrede el pelo? Eah, pues hoy vas a lo afro”.

   Y esa es una de las facetas de la paternidad de las que nadie te advierte. Que vas a tener que tomar todas esas decisiones al respecto de tu peque y luego vas a tener que ser consecuente con lo que hayas decidido. (Y sabes bien que todas las vecinas van a cotillear sobre lo mala madre que eres porque llevas al niño en pijama y sin peinar, pero en ese momento ya te da igual.)

   Vas a tener que sopesar si ese bien merece de verdad la pena en cada ocasión, o si ese bien es tal bien y realmente vas a llegar a él de esa manera (¿realmente piensas que castigándole así vas a conseguir que la próxima vez no se le ocurra subirse a lo más alto de la estantería?). ¿Se va a desnutrir porque hoy no coma las verduras? Pero... ¿si no se las come hoy, querrá decir que el próximo día tampoco se las comerá? Si lo vacunas, es por su bien, para que no enferme, pero sabes que lo va a pasar mal porque le van a tener que poner un pinchazo y seguramente va a llorar y mucho (para estos casos, yo recomiendo la “tetanestesia” o dar el pecho mientras vacunan a tu peque), y tienes la esperanza de que todo pase pronto, pero te ves esperando en la consulta del médico, con tu peque sonriente a tu lado (ajeno a lo que se le viene encima) y tú en parte sintiéndote somo si le llevaras al matadero.

   Y si decides que no pasen el mal trago que sea, luego tienes que asumir las consecuencias. Si hoy no le apetecía para nada ir al cole y decides que se quede en casa (si es que tienes esa opción), quizá no pase nada, a lo mejor no se pierde mucho, o puede que sí, todo depende.

   A mí en ocasiones me funciona pensar cómo me siento cuando mi Gansi tiene que hacer algo “por su bien”, si siento que algo no está bien, o siento que pronto pasará el mal rato y luego me alegraré, y también pienso cómo me sentiría después si decidiera no hacerlo.

   Muchas veces, cuando esto es posible, es muy beneficioso que los niños vean ellos mismos las consecuencias de sus propios actos, que si no hacen algo que no les gusta luego va a pasar algo que les gusta aún menos. Si no se ponen ahora el abrigo, cuando salgan a la calle van a tener frío. 

   Y lo primero que aprende una a este respecto es que no siempre se puede ser firme, igual que no siempre se puede ser flexible, que tendremos que decidir en cada ocasión si cedemos o no, y que más de una vez nos vamos a equivocar y vamos a pensar “ay, madre, mía ¡pero qué he hecho!”.

   Porque, oh sorpresa, para esto tampoco hay manual.



domingo, 8 de febrero de 2015

Yyo que creía que (14) iba a ser la alumna más aventajada de Super Nanny


   Cuando yo era Gansa Premamá veía el programa de Super Nanny sin perderme un sólo episodio. Prefería la versión española, la verdad, la inglesa me parecía ya demasiado heavy con aquello del rincón de pensar. Creía que podría utilizarlo como la mejor guía para responder a todas las dudas y todos los problemas que me fuera encontrando en la crianza de mi peque.

   A veces me horrorizaba viendo el comportamiento de esos niños y rezaba para que no me saliera uno igual. “¡Que no me toque uno de esos maleducados, que gritan, escupen, dicen palabrotas, son caprichosos, déspotas, egoístas, tiranos, pegan, tienen rabietas y desobedecen! Los niños normales no hacen ninguna de esas cosas...”

   Según mi madre, yo fui un bebé-nenuco y una “niña modélica”, cuya presencia ni se sentía. “¡Como tiene que ser!” Y mi peque iba a ser también así, por supuesto, y si no lo era, es porque habría que corregirle.

   Me sabía todas las técnicas. Cómo hacer que se coman toda la comida, ignorarlos mientras lloran hasta que se calmen por sí mismos y hagan lo que se les ha pedido, los pósters de normas, el sistema de premios y castigos... Y pensaba ponerlo todo en práctica, vamos, que la propia Super Nanny se sentiría orgullosa. “¡Buah! A mi peque le voy a dejar las cosas bien claritas desde un principio, si señor”.

 
"¿Que se oye como llorar un niño? No sé de qué me hablas Puri..."

 
   Y entonces... ¿qué pasó? Pues que llegó mi Gansi...

   Fue mirar a mi peque a los ojos, sentir su llanto atavesarme hasta los huesos, su calor cerca de mi cuerpo, y empezar a mirar estos programas con otros ojos.

   Con todos mis respetos a quien le guste y le encante, lo comparta y ponga las técnicas en práctica, sólo voy a contar mi experiencia personal, y es que en mi caso yo sentí que para mí y para mi peque todo aquello no iba a funcionar.

   Es increíble cómo cambiaron mis sentimientos. Ahora era incapaz de ver el programa sin que se me hiciera un nudo en el estómago cada vez que veía a esos niños llorar suplicando la atención de su madre, y eso que antes pensaba (bol de palomitas en mano): “Ala, a llorar, que cuanto más lloras menos meas, cuando te calmes ya te atenderán, a ver si te suavizas un poco y obedeces”.

   No tenía ni idea de lo que eran los métodos conductistas de crianza educación, no me había parado a pensar que eso de dar un premio, que antes me parecía una alternativa ideal a los castigos, también podría ser contraproducente, ya que así los niños aprenden a hacer las cosas no porque deban hacerlas (por la consecuencia natural que conllevan) sino por temor a un castigo o porque le van a dar un premio (que normalmente no tiene relación con aquello que van a hacer, no es la consecuencia de “hacer las cosas bien”), y si no se lo dan, no lo hacen.

   Me di cuenta de que de todas las técnicas que usaban en el programa, la que mejor funcionaba, y la única que compartía ahora, es que a los padres se les imponía que tenían que pasar un rato diario jugando con sus hijos. Ya sólo por esto el comportamiento de los niños cambiaba, y los padres se volvían más empáticos, sabían escuchar mejor a sus hijos y entender sus necesidades.

   Me llamaba tremendamente la atención la forma en que etiquetaban a los niños desde el comienzo del programa: “Fulanito es desobediente, egoísta, cabezota...”, y ni siquiera se molestaban en buscar una explicación para su comportamiento, sólo decían: “frénalo ya, o tendrás que llamar al de Hermano Mayor” o “como consientas esto ahora, luego ya verás...”.

   Gestionar una rabieta no es nada fácil para los padres, no hay fórmulas mágicas, lo que un día te funciona al siguiente ya no, y lo que para una persona es mano de santo para otra no surte efecto alguno. Así que respeto lo que cada padre haga en su casa, que seguramente sea lo que vea que le funciona. Únicamente, en mi caso, no comparto los métodos violentos, y tampoco creo que se deba dejar a los niños llorar para que se calmen solos, aunque más de una vez me ha tentado la desesperación el decirle a mi Gansi: “Anda, llora un ratito, que llevas un tonteo en lo alto que ya no sé qué más hacer contigo”.

  Que nada funciona igual para todos lo terminé de aprender viendo con mi peque la serie de dibujos de Caillou. Al principio pensaba: “¡qué buenos padres tiene este niño! ¡qué buenas salidas tienen para todo!”. Ahora pienso que algunas veces se les ve yendo demasiado a su bola, hay cosas que yo no haría igual y estoy segura de que en más de una ocasión, mi peque no respondería igual que Caillou, ni funcionaría lo que para él funciona, porque ni mi peque es Caillou ni nosotros somos los padres de Caillou, ni tenemos por qué serlo. Somos nuestra familia y nuestra vida en particular.




   Yo que creía que había encontrado el Santo Grial de la crianza, el manual universal y definitivo para los padres, y lo que aprendí es que cada niño es distinto, cada familia y cada circunstancia es especial, y por desgracia no existen manuales para criar a un niño que sirvan en todos los casos y para todo el mundo.

   “Entonces... ¿no hay ningún sitio que yo pueda consultar cuando no sepa lo que hacer con mi peque?”. ¡Claro que se puede buscar consejo! En otras personas, en Internet, en los libros, en la tele, ¡hasta en los dibujos animados, ya ves! Tú eliges si te gustan y te inspiran los métodos de los padres de Caillou o los de la madre de Shin Chan... Pero lo más importante es escuchar tu instinto, que te sientas bien con lo que finalmente hagas, que sientas que es lo correcto, que es lo que más se ajusta a tu forma de crianza.

domingo, 1 de febrero de 2015

Los niños de hoy en día

   Cuando nos hacemos mayores, echamos la vista atrás y recordamos nuestra infancia. Entonces miramos a los niños de hoy en día y empezamos a buscar semejanzas y diferencias, y siempre ocurre que los que son niños ahora salen perdiendo en la comparación.

   No importa la edad que tengamos, siempre pensamos que éramos la mejor generación, los que más se divertían, los más educados y respetuosos, los que más valoraban aquello que poseían, los menos materialistas, los más inteligentes, los más felices etc. Y seguramente, cuando nuestros peques crezcan, les parecerá que los niños de su época también dejan mucho que desear.

   Nos ponen imágenes de programas como Super Nany (cuidadosamente seleccionadas, posiblemente manipuladas y sacadas de contexto) y nos echamos las manos a la cabeza. “¡Madre mía cómo están los niños hoy en día! ¡En mis tiempos no éramos así! Mi madre hace tiempo que me hubiera parado los pies de un chanclazo...”


 Imagen de: criaraunbebedificil.blogspot.com.es


   Y ni hablemos ya de la “juventud de hoy en día”, que eso es tema aparte, que parece que todos fueran dignos de “hermano mayor”, violentos, chonis, ninis..., como si no hubiera jóvenes inteligentes, implicados, solidarios, responsables etc.

   Pero centrémonos en los niños, que hoy en día, antiguamente y siempre serán eso: niños, con las mismas necesidades. ¿Realmente son tan diferentes los niños de hoy? ¿Tanto han cambiado? ¿Tanto ha variado la forma en que los criamos? Yo diría que es la sociedad entera la que ha cambiado, igual que seguirá cambiando y evolucionando siempre.

   Una de las cosas que son distintas ahora es el tiempo que pasan los niños con sus padres. Desde hace muchísimos años han existido niños que, por la razón que fuera, apenas pasaban tiempo con sus progenitores, y en lugar de ello, los cuidaba una institutriz, vivían en un internado, los mandaban a vivir con un pariente con más recursos, o les enviaban a servir a algún señor o a ser aprendices de algún oficio.

   Cuando se incorporó la mujer al mercado laboral era habitual que ambos padres trabajaran y que los niños tuvieran una tata, que podía ser contratada o un pariente, por lo general la abuela, que además vivía en casa. Estos niños crecían atendidos, aunque hubieran preferido que los atendieran sus padres, pero al menos, en el caso de los criados por su abuela, podían establecer un vínculo emocional.

   Porque de buscar un “sustituto” paterno, cuanto más natural y cercano mejor. El problema viene cuando el acompañamiento de nuestros hijos es artificial y pasajero, y esto hoy en día cada vez es más frecuente.

   Los niños tienen que pasar por varias manos de “seños de la guarde”, que tienen que atender a otros niños a la vez y con la que no pueden entablar ningún vínculo afectivo, por mucho cariño con que los traten, y pasan demasiadas horas frente a la “tele-niñera”. Normal que luego les cueste ser empáticos o solidarios.

   Es fácil que hoy los niños tengan demasiadas cosas, demasiados juguetes, demasiados caprichos para que jueguen solos y no nos reclamen, para que estén entretenidos y no molesten.

   La generación de niños actual está llena de hijos de padres que tuvieron hijos porque tocaba, pero que no se implican en su crianza, padres que tienen que trabajar demasiadas horas o buscar trabajo de forma incesante y no les quedan ni fuerzas para dedicar un rato a sus hijos, etc. Aunque por supuesto, y por fortuna, no todos son así.

   Lo peor que podemos hacer es generalizar. De toda la vida ha habido, y por desgracia habrá, niños maltratados de una forma u otra, desatendidos, o criados con métodos que, aunque para los padres sean lo mejor y los más adecuados, realmente no lo son.

   Todos sabemos la teoría, que por muy cansados y estresados que estemos, debemos tratar de pasar tiempo de calidad con nuestros hijos, pero esto no siempre nos es fácil de llevar a cabo, e inevitablemente los niños pagan las consecuencias.

   Pero aún así salen adelante, y eso es de admirar. Conseguir sacar un adulto responsable, solidario, buena persona, que cuide de los demás y que esté decidido a cambiar el mundo a mejor, es una labor complicada, que requiere un enorme esfuerzo de concienciación colectivo.

   Y el primer paso es tratar de comprender a los niños de hoy en día, que en el fondo no son tan distintos al resto de generaciones. Todos le hemos sacado la lengua a algún mayor, hemos hecho ruido cuando se supone que debíamos estar callados, hemos molestado, hecho travesuras, hemos tenido rabietas, hemos discutido, gritado, corrido y saltado, en algún momento holgazaneado, desobedecido, experimentado, tocado lo que no debíamos, sentido curiosidad... todos hemos sido niños.