domingo, 8 de febrero de 2015

Yyo que creía que (14) iba a ser la alumna más aventajada de Super Nanny


   Cuando yo era Gansa Premamá veía el programa de Super Nanny sin perderme un sólo episodio. Prefería la versión española, la verdad, la inglesa me parecía ya demasiado heavy con aquello del rincón de pensar. Creía que podría utilizarlo como la mejor guía para responder a todas las dudas y todos los problemas que me fuera encontrando en la crianza de mi peque.

   A veces me horrorizaba viendo el comportamiento de esos niños y rezaba para que no me saliera uno igual. “¡Que no me toque uno de esos maleducados, que gritan, escupen, dicen palabrotas, son caprichosos, déspotas, egoístas, tiranos, pegan, tienen rabietas y desobedecen! Los niños normales no hacen ninguna de esas cosas...”

   Según mi madre, yo fui un bebé-nenuco y una “niña modélica”, cuya presencia ni se sentía. “¡Como tiene que ser!” Y mi peque iba a ser también así, por supuesto, y si no lo era, es porque habría que corregirle.

   Me sabía todas las técnicas. Cómo hacer que se coman toda la comida, ignorarlos mientras lloran hasta que se calmen por sí mismos y hagan lo que se les ha pedido, los pósters de normas, el sistema de premios y castigos... Y pensaba ponerlo todo en práctica, vamos, que la propia Super Nanny se sentiría orgullosa. “¡Buah! A mi peque le voy a dejar las cosas bien claritas desde un principio, si señor”.

 
"¿Que se oye como llorar un niño? No sé de qué me hablas Puri..."

 
   Y entonces... ¿qué pasó? Pues que llegó mi Gansi...

   Fue mirar a mi peque a los ojos, sentir su llanto atavesarme hasta los huesos, su calor cerca de mi cuerpo, y empezar a mirar estos programas con otros ojos.

   Con todos mis respetos a quien le guste y le encante, lo comparta y ponga las técnicas en práctica, sólo voy a contar mi experiencia personal, y es que en mi caso yo sentí que para mí y para mi peque todo aquello no iba a funcionar.

   Es increíble cómo cambiaron mis sentimientos. Ahora era incapaz de ver el programa sin que se me hiciera un nudo en el estómago cada vez que veía a esos niños llorar suplicando la atención de su madre, y eso que antes pensaba (bol de palomitas en mano): “Ala, a llorar, que cuanto más lloras menos meas, cuando te calmes ya te atenderán, a ver si te suavizas un poco y obedeces”.

   No tenía ni idea de lo que eran los métodos conductistas de crianza educación, no me había parado a pensar que eso de dar un premio, que antes me parecía una alternativa ideal a los castigos, también podría ser contraproducente, ya que así los niños aprenden a hacer las cosas no porque deban hacerlas (por la consecuencia natural que conllevan) sino por temor a un castigo o porque le van a dar un premio (que normalmente no tiene relación con aquello que van a hacer, no es la consecuencia de “hacer las cosas bien”), y si no se lo dan, no lo hacen.

   Me di cuenta de que de todas las técnicas que usaban en el programa, la que mejor funcionaba, y la única que compartía ahora, es que a los padres se les imponía que tenían que pasar un rato diario jugando con sus hijos. Ya sólo por esto el comportamiento de los niños cambiaba, y los padres se volvían más empáticos, sabían escuchar mejor a sus hijos y entender sus necesidades.

   Me llamaba tremendamente la atención la forma en que etiquetaban a los niños desde el comienzo del programa: “Fulanito es desobediente, egoísta, cabezota...”, y ni siquiera se molestaban en buscar una explicación para su comportamiento, sólo decían: “frénalo ya, o tendrás que llamar al de Hermano Mayor” o “como consientas esto ahora, luego ya verás...”.

   Gestionar una rabieta no es nada fácil para los padres, no hay fórmulas mágicas, lo que un día te funciona al siguiente ya no, y lo que para una persona es mano de santo para otra no surte efecto alguno. Así que respeto lo que cada padre haga en su casa, que seguramente sea lo que vea que le funciona. Únicamente, en mi caso, no comparto los métodos violentos, y tampoco creo que se deba dejar a los niños llorar para que se calmen solos, aunque más de una vez me ha tentado la desesperación el decirle a mi Gansi: “Anda, llora un ratito, que llevas un tonteo en lo alto que ya no sé qué más hacer contigo”.

  Que nada funciona igual para todos lo terminé de aprender viendo con mi peque la serie de dibujos de Caillou. Al principio pensaba: “¡qué buenos padres tiene este niño! ¡qué buenas salidas tienen para todo!”. Ahora pienso que algunas veces se les ve yendo demasiado a su bola, hay cosas que yo no haría igual y estoy segura de que en más de una ocasión, mi peque no respondería igual que Caillou, ni funcionaría lo que para él funciona, porque ni mi peque es Caillou ni nosotros somos los padres de Caillou, ni tenemos por qué serlo. Somos nuestra familia y nuestra vida en particular.




   Yo que creía que había encontrado el Santo Grial de la crianza, el manual universal y definitivo para los padres, y lo que aprendí es que cada niño es distinto, cada familia y cada circunstancia es especial, y por desgracia no existen manuales para criar a un niño que sirvan en todos los casos y para todo el mundo.

   “Entonces... ¿no hay ningún sitio que yo pueda consultar cuando no sepa lo que hacer con mi peque?”. ¡Claro que se puede buscar consejo! En otras personas, en Internet, en los libros, en la tele, ¡hasta en los dibujos animados, ya ves! Tú eliges si te gustan y te inspiran los métodos de los padres de Caillou o los de la madre de Shin Chan... Pero lo más importante es escuchar tu instinto, que te sientas bien con lo que finalmente hagas, que sientas que es lo correcto, que es lo que más se ajusta a tu forma de crianza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario