domingo, 4 de enero de 2015

Diario de embarazo, el desenlace (parte 2)

   Cuando me reanimaron, volvieron a comprobarlo y me lo dijeron: “no hay latido”. Lo había visto en el monitor, era como mi Gansi cuando me hice la ecografía de las 9 semanas, sólo que mi Gansi se movía. Tengo que decir que el personal que me atendió es excelente, y en estos casos se agradece la delicadeza, en lugar de aquellas brujas que me tocó soportar cuando pasó lo de mi primer huevito, que quizá estaban ya al final de su turno, hartas de todo, y me tocó a mí comerme sus malos humos (hasta al psicólogo me llegaron a decir que me fuera, y me recetaron una medicina sin explicarme lo que me haría ni los efectos que tendría). Pero ahora el trato fue impecablemente profesional.

   Me hablaron de programarme un legrado para el siguiente lunes (era sábado), pero yo dije que prefería esperar a que todo pasara en casa. Respetaron mi decisión, aunque me dieron otra cita para legrado más adelante, por si acaso.

   Me sacaron sangre, por lo visto, porque yo no me enteré, creo que podrían haberme cortado el brazo y tampoco me hubiera enterado.

   Y ahí terminó todo, ahí se fue toda la ilusión. ¿De verdad era cierto aquel mal presentimiento que me venía acompañando desde hacía semanas? ¿Sólo estaba siendo pesimista o en realidad había algo dentro de mí que me estaba diciendo que aquello no iba a acabar bien?

   No se si tuvo relación o fue casualidad, pero aquella misma tarde caí enferma. Tenía mareos, nauseas y mucha debilidad. La sangre iba en aumento, y yo sabía que se acercaba lo peor, y que no faltaba mucho.

   Recibí muchas críticas por no querer hacerme legrado, pero creo que es una decisión personal y que merecía respeto más allá de un “tú sabrás”. Al fin y al cabo, un legrado es una intervención quirúrgica, con sus riesgos, y sus posibles efectos adversos, y no se debería hacer tan rutinariamente como se hace. Normalmente, a la mujer ni siquiera se le menciona la posibilidad del “manejo expectante”, e incluso a veces se les mete miedo, diciéndole que psicológicamente va a ser más duro y que de todas formas pueden quedar restos y al final van a tener que legrarlas.

   Y duro es, tanto de una manera como de otra, y dolor se pasa, pero es cierto que hay que armarse de mucha fuerza para manejarlo sola en casa.

   Si el sábado empecé a sangrar, el mismo lunes siguiente expulsé el feto. Estaba durmiendo la siesta con mi Gansi cuando sentí unos pinchazos y unas sensaciones muy desagradables, fui al baño y allí pasó todo. Necesité un pequeño empujoncito para que saliera, y ahí estaba, inconfundible, no era un coágulo más, era el saquito con su placenta, más grande que una nuez.

   Casi me da algo cuando me dijeron que lo tirara a la basura... ¡era incapaz de hacer eso! Me hubiera gustado enterrarlo, pero el Ganso temía que no pudiéramos enterrarlo con suficiente profundidad y el olor pudiera atraer animales. Decidimos quemarlo y enterrar las cenizas, en un ritual íntimo de despedida. En realidad mi cabeza en esos momentos no funcionaba, no daba para más. Más adelante, cuando ya todo fue pasando, empecé a reaccionar y se me ocurrió otra cosa que podría haber hecho, y que ya sólo puedo dejar como sugerencia por si alguien tiene la desgracia de pasar por algo parecido y no sabe qué hacer en esa situación. Me pareció que hubiera sido bonito meterlo en una maceta y plantar una semilla.

   Le dije a mi Gansi que mamá estaba triste porque ya no tenía bebé en la barriguita, pero que si algún día tenía otro que ya le avisaría. La verdad es que mi peque se lo tomó fenomenal, creo que aún no era lo suficientemente mayor como para ser consciente de todo lo que estaba pasando, así que lo único que me dijo fue: “¿no tienes bebé? ¡Pues ya te va a salir la caca!”. Eso es positividad. Su inocencia la única cosa que había podido asociar con el bebe de la barriguita de mamá era el estreñimiento que me estaba causando.

   Y después de casi una semana de sangrado, dolor y entuerto, todo terminó por fin (aunque seguí manchando una semana más) y volví al médico, para que me revisaran, y para anular todas las citas que tenía ya asignadas. ¡No había restos! ¡No tenían que hacerme nada! Para mí era una noticia fabulosa, porque después de lo pasado, mi consuelo era librarme del legrado, y así fue.

   Por un lado, me sentí decepcionada con mi cuerpo, por no haber sido capaz de albergar una vida, pero por otro estaba orgullosa de que hubiera sabido responder por sí mismo tan bien.

   También fue duro que todo pasara en navidad. Fue horrible pasar la noche de nochebuena entre entuertos y querer venirme arriba por mi peque, porque me necesitaba, y yo tenía que estar bien. Y una parte de mí quería estar bien, pero otra necesitaba llorar y soltarlo todo para poder pasar página.

   Porque aunque desde el primer día una sabe que algo puede ir mal, incluso aunque tu intuición te esté diciendo que algo no va bien, nunca estás preparada, porque siempre hay una parte de ti que se aferra con fuerza a esa ilusión, y conforme van pasando los días, más aún.

   Los que ya lo sabían me preguntaban cómo estaba (¿cómo iba a estar?), me decían que soy joven, que ya tendría más hijos, como si eso me fuera a consolar de alguna manera. Muy pocos me dieron un abrazo y me dijeron “lo siento”.

   Aún a fecha de hoy sigo frenando felicitaciones, pero no me arrepiento de haber dado la noticia de mi embarazo, en realidad me hubiera gustado decírselo a más gente, porque para quien no lo sabía, aquello nunca había pasado, y sí que había pasado, yo no me lo inventé, estuve embarazada, vi y sentí crecer a mi bebé dentro de mí, le vi latir, y lo vi salir de mí.

   Y no, no me consuela que fuera “pronto”, ni que me cuenten casos de mujeres que abortaron más tarde, incluso cuando ya su bebé estaba bien formado, doy por hecho que es otro proceso de duelo diferente, y quizá debiera sentirme afortunada, pero no me causa alivio alguno, igual que a esas mujeres no se lo causaría el hecho de que haya madres que pierdan a sus bebés recién nacidos, ni a éstas que haya quien los pierda de niños.

   Sé que muchas mujeres, después de este tipo de experiencias, enseguida se lanzan a por su “bebé arcoiris”, sin esperar siquiera a la siguiente regla, pero en mi caso particular necesito tiempo, necesito terminar de sanarme física y mentalmente.

   Y esta es la historia de mi tercer huevito, que tampoco ha llegado a pollito.


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