domingo, 23 de febrero de 2014

Super Mamá

   Cuando te conviertes en mamá sufres una transformación. Ni picaduras de arañas radioactivas, ni mutaciones, ni experimentos, lo que te da superpoderes es ser madre.







   Adquieres super olfato ya desde que te quedas embarazada, pero este poder evoluciona tras el parto, y eres capaz de detectar un pañal sucio antes que nadie. Además, el aroma de tu peque te hipnotiza, te embriaga y te embelesa como ambrosía.


   Tu super oído te permitirá reconocer el llanto de tu bebé aunque estés lejos o profundamente dormida, y tu super fuerza hará que puedas llevar en brazos a tu peque de más de 15 kilos, además de tu bolso, un par de bolsas de la compra, y una mochila de Pocoyó.


   Por no hablar de la super velocidad con la que acudes para evitar una caída o para atender un llanto repentino, la capacidad para diferenciar el silencio del “demasiado silencio”, y la super memoria para aprenderte el nombre de todos los dibujos animados y todas las canciones infantiles habidas y por haber. Además, perfeccionas unas habilidades de canto que ni con 5 años en el conservatorio, y te sorprendes a ti misma desgañitándote en la ducha, con la alcachofa a modo de micro, cantando “el ratón Pérez” como si no hubiera mañana.


   Y es que a las madres parece que nos salen un par de brazos extra para que podamos atender multitud de tareas simultáneamente. Super mamá puede tener a su bebé en brazos, darle el pecho (o el bibe), hacer la comida y llamar al seguro del coche, todo a la vez, mientras con el pie cierra la puerta de la lavadora y, con un poco de habilidad, hasta la pone en marcha.





   “¿A qué viene todo esto?”, diréis. ¡Pues a que me han dado el premio Soy una Super Mamá! 





   Viene de la mano de Una sonrisa paramamá, a quien mando mil besos y mil agradecimientos. Como le dije a ella, ya lo había visto circulando por algunos blogs y había pensado “jo, cómo mola este premio”, y ahora... ¡me ha tocado a mí! Os podéis imaginar que estoy como unas castañuelas en romería...


   La iniciativa de este maravilloso premio viene de Ainara, autora del blog Piececitos. Ella lo explica así:



Hoy me he despertado creativa y he decidido crear una buena y gratificante iniciativa para todas las mamas.



Como ya sabemos, los niños pueden realmente sorprender… esto es lo que responden a la pregunta:



¿QUIÉN ES TU MAMA?



Mamá es un señora que lleva en el bolso un pañuelo con mis mocos, un paquete de toallitas y un pañal de emergencia.
Mamá es ese cohete tan rápido que va por casa disparado y que está en todas partes al mismo tiempo.
Mamá es esa malabarista que pone lavadoras con el abrigo puesto mientras le abre la puerta al gato con la otra, sosteniendo el correo con la barbilla y apartándome de la basura con el pie.
Mamá es la maga que puede hacer desaparecer lágrimas con un beso.
Mamá es esa forzuda capaz de coger en un solo brazo mis 15Kg mientras con el otro entra el carro lleno de compra.
Mamá es esa campeona de atletismo capaz de llegar en décimas de segundo de 0 a 100 para evitar que me descuerne por las escaleras.
Mamá es esa heroína que vence siempre a mis pesadillas con una caricia.
Mamá es esa señora con el pelo de dos colores, que dice que en cuanto tengo otro huequito, solo otro, va a la pelu.
Mamá es esa cuenta cuentos que lee e inventa historias más divertidas sólo para mi.
Mamá es esa chef que es capaz de hacerme una cena ríquisima con dos tonterías que quedaban en la nevera porque se olvidó comprar, aunque se quede ella sin cena.
Mamá es ese médico que sabe con solo mirarme si tengo fiebre, cuánta, y lo que tiene que hacer.
Mamá es esa economista capaz de ponerse la ropa de hace cientos de años para que yo vaya bien guapo
Mamá es esa cantante que todas las noches canta la canción más dulce mientras me acuna un ratito.
Mamá es esa payasa que hace que me tronche de risa con solo mover la cara.
Mamá es esa sonámbula que puede levantarse dormida a las 4 de la mañana, mirar si me he hecho pis, cambiarme el pañal, darme jarabe para la tos, un poco de agua y ponerme el chupete, todo a oscuras y sin despertarse.



¿Te sientes identificada? Si te has dado por aludida en al menos 3 de estas afirmaciones, tienes el don de ser UNA SUPER MAMA! ¿Es eso que veo una sonrisilla? ¡Ese es exactamente el objetivo de esta iniciativa! Hacerte sonreír y animar a todas las mamas para que sigan haciendo el gran trabajo que hacemos día a día!



Por ello, ¡te regalo esta insignia para que la copies en tu blog y te muestres como lo que eres!







Y mis super mamás (redoble de tambores) son:











Ahora es tu turno, reparte sonrisas e identifícate como una súper mamá:



1- Coged la insignia, copiadla y pegadla en vuestro blog.

2- Explicad la iniciativa (sirve un copia y pega) sin olvidaros las definiciones de mamá.

3- Regaladle la insignia a 5 bloggers que creáis que se lo merecen.



¡Enhorabuena a todas! y espero dibujaros una sonrisa.


domingo, 16 de febrero de 2014

Lo que aprendí sobre alimentación infantil

   “Hay algunos niños que es que son muy malos para comer, hay que estar muy encima y obligarles un poquito, pero mi bebe no será así, mi bebé sí comerá...¿verdad? ¿verdad?”... Ayyyy, puedes estar tranquila gansa premamá, que tu gansi va a engullir como los pavitos, mejor dicho como los gansitos, y no tendrás que “obligarle”...


   Me siento tremendamente afortunada porque mi gansi tenga ese apetito voraz, y la razón de esto es que ya ha sido bastante dura la lucha con mi entorno por defender nuestra lactancia como para que encima, los comentarios sobre que mi peque lloraba porque se quedaba con hambre o que mi leche no le alimentaba porque era agüilla sucia, se hubieran visto de alguna manera respaldados por poco aumento de peso o un percentil bajo.


   Los dichosos percentiles, y sobre todo y su incorrecta interpretación, que pueden llevar a la obsesión y a la preocupación innecesaria a tantos padres, y que han contribuido a destruir tantas lactancias felices. Estos percentiles infantiles son unas tablas donde se ven el peso y la altura a cada edad de los niños, pero pueden llevar a pensar que existe un “peso normal” o una talla “normal” para una edad, y todo lo que esté por encima o por debajo es demasiado, o demasiado poco. Los niños menudos representan los percentiles bajos, y los grandotes los altos, y únicamente sirven para saber que, en comparación con la media de los niños de su edad, nuestro hijo es de talla y peso medios, tirando a menudillo, o tirando a grandote.



 "Nótese lo inapropiado del término normal en estas tablas de percentiles sacadas de internet"


   Cuando el peque está en la zona de percentiles altos no suele haber problema, incluso si los sobrepasa todos, creando una línea de percentil propio, como le pasaba a mi gansi, aunque aún así puede haber algún pediatra que siga recomendando la introducción temprana de papillas o cereales, o incluso suplementos con leche de fórmula (alucinantemente, me pasó). Los problemas suelen venir cuando a nuestro nene le ha tocado pertenecer al club del percentil bajo.


   Pero un niño de percentil bajo no es un niño mal alimentado ni desnutrido, simplemente es un niño pequeñín, quizá porque sus padres tampoco es que sean Pau Gasol, o quizá porque sencillamente es de constitución delgada. Y es que durante muchos años se ha visto como sinónimo de salud, un bebé rollizo y lleno de rosquitas. Un niño no está falto de nutrientes, ni hambriento, sólo porque sea de percentil 3 o menos, existen pruebas específicas para determinar la desnutrición y signos evidentes de deshidratación, que son los que el médico debe señalar, y ante los que hay que actuar, no ante un bajo percentil, ni ante la pérdida natural de peso del recién nacido.


   Pues es normal que la primera semana de vida, los bebés no solo no ganen sino que pierdan un poco de peso, y esto muchas veces alarma a las madres (y padres, claro) y las hace perder confianza en el poder de su cuerpo para alimentar a su criatura. Y es que hasta yo me obsesionaba por ir a la farmacia cada semana a pesar a mi criatura, porque pensaba que era lo que debía hacer, para llevar un control, como si eso fuera necesario, como si no se notara a simple vista el casi medio kilazo semanal que mi gansi ponía los primeros meses de su vida, y eso que se alimentaba exclusivamente de una leche materna que salía de unos diminutos pechines y que era “aguachirri”.


   Otra extraña obsesión que a veces tenemos las madres primerizas es saber exactamente la cantidad de comida que toman nuestros hijos. Yo me hubiera sacado la leche para saber cuánto era lo que mi peque me demandaba tan a menudo, a ver si era verdad que es que se quedaba con hambre. Ay si tuviéramos rayitas indicadoras en los pechos, qué tranquilas estaríamos (60 ml, 90ml, 120 ml...).


   Como si conociéramos el tamaño exacto del estómago de nuestros hijos, y el hambre que tienen en cada momento, les servimos sus platitos con la cantidad de comida que consideramos que deben comerse, ah, ¡y deben terminársela entera! Si no es que necesitan que le demos algún suplemento nutricional mágico.





   A muchas les pasará que piensen: “Pero es que mi niño de verdad que come muy poquito, de verdad que parece que se alimentara de aire, y no para quieto”. Conozco niños así, a los que sus madres los ven como “tirillas” pero que están llenos de energía y vitalidad, lo que no evita que sean perseguidos por la cuchara-avioncito, o forzados a comer más de lo que les apetece, bien a las bravas (a base de chillidos y amenazas), o bien con maniobras de distracción-hipnotismo. 


 “No se qué habrá pasado mientras estaba viendo Bob Esponja, pero estoy que no me puedo mover de la silla”



   Y es que lo que aprendí sobre alimentación infantil fue que cada niño tiene unas necesidades alimenticias particulares, que irán cambiando a medida que crezca, habiendo momentos en que se comerán hasta las piedras, y otros en los que parezca que estén en huelga de hambre.


   Para algunas madres es durísimo, especialmente para aquellas con niños menuditos, pero a veces hay que hacer un ejercicio que constituye un profundo acto de fe en la capacidad de nuestro hijo de conocer sus propias necesidades, dejar que coman la cantidad que a ellos les apetezca, y no lo que nosotros calculemos, y no tratar de ofrecerle sustitutivos, y mucho menos golosinas o comidas poco saludables. Confiar en que no se van a morir de hambre, y no pretender imponerles nuestros horarios de comida, ya que su digestión no va al mismo ritmo que la nuestra.


   Y ya sé que para mí es muy fácil decirlo, pero mi gansi, a pesar de que su estado normal es el de “me comería a mi madre por los pies”, también tiene días, e incluso rachas, en las que no come prácticamente nada. Además, conozco casos muy cercanos de niños que comen como pajarillos, y he presenciado el sufrimiento, tanto suyo como de su madre (o de la persona que en ese momento le esté dando de comer), y la tortura en que se convierte la hora de la comida, en la que cada día se repetía el mismo diálogo: “Come... come....¡come!...¡una mas!... es que no ha comido nada...”.


 "Era la última hace 5 cucharaditas, mamá..."

domingo, 9 de febrero de 2014

Pues mi niño lo hizo antes, eah

   Es normal que todos los padres sientan que sus hijos son los mejores del mundo mundial, los más guapos, los más listos y los más espabilados, pero hay algunos padres y madres que se toman los avances naturales en el desarrollo de sus criaturas, quizás un pelín demasiado en serio.

   Si una madre va al parque y comenta orgullosa que a su hija de x meses ya le ha salido el primer diente, automáticamente intervendrá otra madre que dirá que al suyo le salió a los x-3, y otra dirá que eso no es nada, que el suyo ya nació con dientes.

   Esto hace que te puedas encontrar, por un lado, padres obsesionados con que sus hijos sean los primeros en alcanzar las etapas del desarrollo, y que lo comentarán con todo el mundo henchidos de orgullo, y por otro lado, padres innecesariamente preocupados porque sus hijos aún no sean capaces de ciertas cosas con determinada edad.

   Existen niños perfectamente normales que aprenden a andar con 18 meses o a hablar a los 2 años, y los padres de esos niños probablemente hayan pasado un tiempo preocupándose en vano y siendo asediados por constantes “¿todavía no...? ¡Uy, pues llevadle al médico!”, o incluso pensando que su hijo no es lo bastante inteligente o que tiene algún problema de salud.

   Yo también observaba preocupada los progresos de mi gansi, preguntándome si estaría dentro de lo normal (y eso que mi pollito se podría considerar que está dentro del grupo de los “niños adelantados”, para muchas cosas), y si podría yo hacer algo para estimularle. Por eso me gustaría que mi aprendizaje sirviera para tranquilizar a todos esos padres y madres, especialmente primerizos, y futuros papás y mamás que, al igual que la gansa premamá, se sienten inquietos o incluso angustiados por si sus hijos harán ciertas cosas "cuando les toque".

   En primer lugar, aprendí que cada individuo se desarrolla de una manera y a un ritmo diferente, así que no se les debe comparar, y que las fases del desarrollo no se producen en momentos fijos. No existe una “edad normal” para echar los dientes, sentarse, hablar etc... El niño no es una máquina a la que mañana, que va a cumplir los 12 meses, le vaya a saltar un resorte que haga que empiece a andar de repente.

   Si bien es cierto que sí que existen enfermedades y trastornos, por ejemplo del habla, que cuanto antes se detecten más efectivos serán los tratamientos, pero no hay que dar por sentado que tu hijo los va a padecer. Se puede vigilar, pero sin preocuparse en exceso.

   Aprendí también que el hecho de se que alcance un “logro” de forma “prematura” o “tardía” no quiere decir que vaya a ser así con el resto del desarrollo. El niño que primero se pone de pie solito, puede que luego tarde muchos meses en sentirse preparado para soltarse a andar sin ayuda, o puede que tarde poco, depende exclusivamente de él.

   Mucho me costó entender y comprobar que la estimulación no es necesaria, y aunque mala tampoco es que sea, en exceso puede ser hasta contraproducente, si implica que estamos forzando al niño. He visto alguna criatura realmente agobiada por intentar comunicarle a su madre sus deseos, mientras ésta le ignora a drede y le dice “así no te entiendo, dilo bien” o “si me lo señalas con el dedito no te lo daré, me lo tienes que pedir bien”. Bueno, el tema del dedito da para mucho, sobre todo cuando a algún pediatra le da por meterse donde no le corresponde y hace creer a la madre que si hace caso a lo que su hijo le pide con el dedito, no aprenderá a hablar nunca y se comunicará con dedito toda la vida o algo así.



"Así no vas a aprender nuna E.T..."

   También sufro viendo bebés metidos en tacatás durante horas, a ver si así arrancan a andar antes, o padres convencidos de que estimulan a su hijo a tenerse erguido solo, y por tanto andar solito antes, forzándole a sostenerse sobre sus piernecitas temblorosas.

   Y todo esto os lo dice una que no es ni la más lista ni la más perfecta, que mi gansi también ha pasado sus buenos ratitos en el tacataca. He tenido y tengo muchísimas inseguridades y he cometido y cometo muchísimos errores. Sin ir más lejos, seguí el consejo de mi pediatra cuando me dijo que a los niños había que ponerles boca abajo, que así cogían fuerza y gateaban antes, pero mi gansi no lo soportaba, lloraba y chillaba, y yo cogía sus manitas y le decía con lágrimas en los ojos “tienes que aguantar, mi amor, es por tu bien”.

   Y aquí aprovecho para reafirmarme una vez más en mi máxima: Da igual si te lo dice un libro, el pediatra, tu madre o el Papa, si tu instinto de madre te dice que algo no está bien, no lo hagas.

   Otra cosa que aprendí es que el hecho de que un niño alcance un logro de forma “prematura” no es indicativo de que sea más inteligente. No se ha demostrado que ésto esté relacionado. Pero a todos los padres les hace ilusión que su hijo sea “el primero de la clase”, y piensan: “Mi hijo se sentaba solito con 4 meses, con 7 se ponía de pie y ahora con 9 meses ya anda... ¡va a ser un superdotado!”... pues miren ustedes, puede que sí, o puede que no, así que si al final es que no, por favor no se decepcione, su hijo lo notará. Y si finalmente uno termina descubriendo que su hijo, en efecto, es extremadamente inteligente, por desgracia, en esta vida, esto no le garantizará la felicidad ni el éxito.

   Y es que nuestros hijos no tienen por qué ser los mejores, ni los más listos, ni los más espabilados, ni los más exitosos, y no es justo someterles a la presión de que es esto lo que esperamos de ellos. Lo único que tendríamos que esperar de nuestros hijos es que fueran felices.


 "Pues yo con 6 meses ya hablaba 3 idiomas y bailaba El Lago de los Cisnes"

domingo, 2 de febrero de 2014

Miedos de mamá

   Desde el mismo momento en que me enteré de que estaba embarazada, nacieron en mí multitud de miedos que nunca antes había experimentado, y es que nunca antes había temido tanto por ninguna otra persona que no fuera yo. Con el paso del tiempo y la ganancia de experiencia, no puedo evitar pensar, al mirar atrás, que muchos de estos miedos eran totalmente irracionales.


   Durante el embarazo te advierten de los peligros de la toxoplasmosis, y empiezas a dejar de consumir ciertos alimentos, a pesar de que los llevas consumiendo toda tu vida y nunca jamás te has contagiado del dichoso bicho, pero por si acaso, dejas de comer jamón. En mi caso, toda precaución me parecía poca, ¡la toxoplasmosis era el coco!, así que durante todo mi embarazo no volví a pisar la casa de mi madre sólo porque tenía un gato, con el que por cierto yo había convivido varios años, estaba bien vacunado y nunca salía a la calle (toma ya).


   Aunque para mí, el principal miedo durante el embarazo, sobre todo los primeros meses, era perder a mi bebé. Esta sensación es muy común, en especial, en las mujeres que ya han tenido una mala experiencia, como yo, que terminé desarrollando un comportamiento compulsivo de revisar el papel higiénico cuando me limpiaba en el baño, por si veía algún mínimo rastro de sangre que pudiera hacer sospechar que se avecinaba lo peor.


   Por supuesto, lo primero que quiere una embarazada, por encima de tener un niño o una niña, es que su bebé venga sanito, y yo, como primeriza, me hubiera gastado todo el dinero que tenía en revisiones ginecológicas continuas que me aseguraran que todo iba bien, y todos los días (o casi todos, por si acaso esto también era malo), buscaba un momento para escuchar los latidos del corazoncito con el doppler fetal casero. Lo que hubiera dado porque me instalaran una cámara ahí dentro...


   Una vez que nació mi bebé, mis miedos evolucionaron. Ahora el coco era la muerte súbita. Aunque bromas aparte, para una madre esto puede ser realmente angustioso, pero tampoco es bueno ni saludable que se convierta en una obsesión. En mi caso, los pocos ratos que mi gansi no pasaba en mis brazos y consentía echar un sueñecito en su cunita o en el carrito, estaba siempre en la fiel compañía de un monitor para bebés. Pero no uno de los que sólo se oyen, no, que mi casa tampoco es tan grande y si lloraba lo más mínimo siempre me enteraba (entre otras cosas por ese super oído vulcaniano que desarrollamos las madres). Yo necesitaba ver a mi bebé en todo momento, asegurarme de que no había vomitado, que no se había cubierto la carita con la sábana, y contemplar como subía y bajaba su pechito al respirar.


 "He oído al niño suspirar. Será mejor que vaya a comprobar que está bien"



   Las veces que, en la noche, echaba un sueño un poco más largo de lo habitual, en lugar de aprovechar y descansar, me levantaba frecuentemente a comprobar que estuviera bien, lo que dejó de ser necesario cuando empezamos a colechar, claro. Hoy en día ya tiene más de dos años, duerme en su camita (aunque casi siempre la compartimos, al menos en algún momento de la noche) y las pocas veces que duerme toda la noche del tirón, aún me despierto y voy a ver si está bien.


   Por no hablar del escalofrío que te recorre cuando oyes un “¡atchis!” o ves colgar un moquillo, porque ya sabes lo que puede venir después (noches sin dormir, llantos inconsolables, visitas al pediatra, cuando no a urgencias...). O cuando tienes que irte y dejar a tu bebé con alguien o en la guardería, y de pronto suena el teléfono y entras en más tensión que si te hubiera llamado la niña de The Ring...


   Pero al final una se termina acostumbrando a vivir en ese constante estado de inquietud. Desde que te ponen a tu bebé en los brazos y piensas “¡madre mía! ¿cómo se coge esto? Con lo torpe que soy... ¡a que se me cae!”, o “¿estará bien alimentado? ¿tendrá suficiente abrigo, o demasiado?”, hasta que ya se hace mayor y empieza a vivir su propia vida.


   Por una parte es comprensible que una acabe casi obsesionándose y pebsando “una personita tan pequeña depende complentamente de mí, así que todo lo malo que le pase es culpa mía”, pero con el tiempo vas viendo que hay muchas cosas que escapan de tu control, y que en ocasiones cuanto más intentes controlar, más coartas el desarrollo de tu bebé.


   Y es que es normal que una madre tenga ya para toda la vida ese miedo, que en el fondo es sano, y esa preocupación por el bienestar de sus hijos, por muy mayores que ya sean.


"No te pases con el picante que ya sabes que te sienta mal (caquita sonriente)"