domingo, 7 de septiembre de 2014

Y yo que creía que (13) era una persona tranquila y paciente




   Por lo general soy una persona extremadamente paciente. Pocas personas son capaces de sacarme de mis casillas y en momentos muy especiales. Además, mantengo bien la calma en situaciones adversas. Por eso pensaba que cuando fuera madre yo no iba a ser de esas que pierden los nervios con sus hijos, que les gritan, que les pegan, que no les dan ni una explicación, que les fuerzan a hacer su voluntad.


   “No, a mí no, mi peque no me hará perder la paciencia. Todo se puede resolver sin recurrir a la violencia .Yo siempre voy a mantener la calma”


   Ya te digo yo, Gansa Premamá, que por muy santa y paciente que seas, los niños son niños, es lo que les toca, y más tarde o más temprano te vas a encontrar con una situación que te supera, que no has experimentado antes, que ni siquiera te imaginabas que te podía pasar a ti, sobre la que no has leído (tanto como te has informado) o aún habiendo leído sobre ello no sucede como pensabas.


   He aprendido que incluso las personas más tranquilas y pacientes se ven desbordadas a veces, se quedan sin recursos y les puede la impotencia de no saber cómo actuar ante una situación que está escapando a su control.


   En esas ocasiones he sentido que, cuando mi razón se quedaba sin argumentos, era el momento en el que tomaba el mando mi lado animal e irracional, y mi mente tan “chill out” se llenaba de pensamientos violentos. Y oía muy a lo lejos una vocecilla que me decía: “¡Espera! Tiene que haber otra forma de resolver esto, piensa rápido, pero mantén la calma”.


   Parándome a analizar qué situaciones han sido las que me han hecho perder los nervios, me he dado cuenta de que casi siempre tienen en común que suceden en momentos de prisas. Los adultos muchas veces vivimos a un ritmo demasiado acelerado, y muy condicionados por el reloj. Creo que he perdido la cuenta de las veces que le habré dicho a mi Gansi “Venga, que vamos a llegar tarde”.


   Pero los niños no entienden de relojes, no comprenden por qué tienen que dejar de hacer algo que les gusta e irse a otro lugar, no están preparados para asumir el concepto de “deber”. Eso de tener que hacer algo, aunque no nos apetezca nada, o aunque prefiriésemos hacer otra cosa en su lugar en ese momento, no va con ellos.


   A mi Gansi le supone un esfuerzo tremendo tener que vestirse cuando se está tan a gusto en pijama, bañarse por higiene, si no percibe su suciedad, despertarse cuando aún tiene sueño, desayunar/comer/merendar cuando todavía no le apetece porque después ya no será la hora para eso, y un larguísimo etcétera.


   Y claro, todo lo que suponga confrontación entre lo que quieren los padres y lo que quieren los hijos, tiene el peligro de terminar en rabieta. Y hay veces que hay tiempo de gestionar la rabieta con amor, evitarla, negociar incluso, y otras veces la presión del reloj puede conmigo, o simplemente es que no sé cómo actuar, y me dan ganas de decir “espera, no te muevas que voy a consultar el manual, a ver: en caso de …..... pulse crtl+alt+supr y si el problema persiste resetee al niño”.




   Voy a poner un ejemplo de situación conflictiva, no es autobiográfico pero me han pasado muchas cosas parecidas. Imaginemos a unos padres cenando tranquilamente. Su criaturita ya ha terminado porque come como los pajarillos y se dedica a aporrear la cabeza de su madre con uno de esos martillitos de goma que chillan. La primera vez que lo hace, su madre le dice “¡Auch! No me hagas eso, por favor”. El peque se ríe y lo vuelve a hacer, y la madre le explica amorosamente que ahora están comiendo y que después jugarán con el martillo. Al siguiente martillazo la madre, ya algo más seria, le explica que la está molestando y le ruega encarecidamente que pare. Al martillazo 10-20-30 (según el límite de cada uno), a la madre lo que le apetece es quitarle al niño el martillo y tirarlo por la ventana, porque ya habrá intentado todo lo que se le ha ocurrido (distracción, negociación, explicación) y nada habrá funcionado, y probablemente pierda los nervios, y seguramente después, en frío, se le ocurra (ya tarde) una solución más respetuosa.


  Porque también nosotros, como padres, estamos aprendiendo, y vamos adquiriendo recursos día a día. Por eso estos momentos que nos hacen sacar de quicio son tan valiosos, porque son para nosotros una oportunidad de aprender y mejorar.


   ¿Y cómo sacar lo mejor de esos momentos? Pues según mi experiencia, ni recreándonos en el acto motivador de la explosión (“hay que ver lo que ha hecho el niño éste, que me ha puesto de los nervios”), ni dejándonos llevar por la culpa (“hay que ver lo que he hecho, qué mal he actuado, soy la peor madre del mundo, si en el fondo ha sido una tontería”). Una buena estrategia es, una vez que nos enfriemos, buscar cómo podríamos actuar de otra manera la próxima vez que se de una situación similar, y si hace falta, acercarnos a nuestro peque y, sin miedo, pedirle perdón. Que sepan que somos conscientes de que no hemos actuado bien, que nos hemos enfadado mucho por algo que han hecho y nos hemos puesto nerviosos.


   Pero no nos frustremos si aún así no se nos ocurre una solución, o si lo que se nos ocurre al probarlo tampoco funciona. Yo aún no he encontrado la manera eficaz de convencer a mi Gansi de que por la mañana hay que vestirse, sobre todo si tenemos que salir a la calle, y si algo ha dado resultado, la siguiente vez ya no.


   Y así me he sorprendido a mí misma en más de una ocasión, yo que siempre me he tenido por una persona de paciencia infinita, tentada de perseguir a mi criatura con la chancla en la mano, pero tengo la esperanza de encontrar una fórmula respuesta para todos esos problemas que me hacen enfurecer por no encontrar un recurso alternativo, respetuoso e inmediato.


   Respecto al ejemplo de la familia, quizá la próxima vez que se sienten en la mesa, en lugar del martillo de goma haya algún otro juguete o forma de entretenerse que no implique aporrear a mamá mientras ésta se termina la cena.


   Y es que ser padres es un continuo ensayo-error, un aprendizaje diario y constante, una sucesión de momentos de armonía y de caos, y de situaciones en las que sabremos cómo responder pacíficamente y otras que sacarán al Hulk que llevamos dentro.



No hay comentarios:

Publicar un comentario