martes, 27 de agosto de 2013

Lo que aprendí sobre los pañales

   Después de probar cada marca de pañal que iba viendo en las tiendas, llegué a la conclusión de que no siempre las marcas más conocidas o más caras son las mejores. Probé marcas famosas que me decepcionaron, y marcas blancas que me sorprendieron muy gratamente, a pesar de que al principio temía que le dejaran a mi pobre gansi los bajos desolladitos. Mi recomendación: probar y probar sin miedo.


   Otra cosa que aprendí fue a poner pañales, y me costó meses de “duro entrenamiento” conseguir que mi gansi luciera decente con un pañal puesto por mí (y yo que creía que poner pañales era fácil, o por lo menos que se aprendía rápido, como al principio pones chorrocientos al día… pues ni por esas).


   Pero mi principal descubrimiento fueron los pañales de tela… “¿pañales de queeee?” ¡Hola gansa premamá…!


   “¡Ni hola ni leches! ¿En serio? ¿pañales DE TELA? ¿Como las antiguas? ¿Todo el día lavando? ¡Menudo trabajo! ¿Quién tiene tiempo para eso? ¡Menudo atraso! Con lo cómodos que son los pañales modernos… ¿Y las cacas? ¿Y cuando sales a la calle o vas de viaje? ¡Uy no! ¡Yo eso no, no, no!”


   Relájate mujer, que te va a dar algo. Tómate esta tilita mientras te explico lo que aprendí sobre el maravilloso mundo de los pañales de tela.


   Los pañales de tela modernos nada tienen que ver con aquellos plásticos con gasa e imperdible que usaban las abuelas, sino que son una opción ecológica, económica y, en fin, una preciosura.


   Sólo voy a hacer un resumen de mi experiencia, así que para saber más pincha aquí, aquí y aquí:



   Son más ecológicos porque generan muchísimo menos residuo al medio ambiente. Lo que gastas de más en luz y agua (que no es mucho) lo ahorras de kilos y kilos de basura en forma de pañal pestoso poco biodegradable.


   Son más económicos, y sólo hace falta calcular lo que nos gastamos al mes en pañales desechables y multiplicarlo por los meses que nuestro peque los va a usar (es un pastón eh). Cada pañal de tela puede costar desde 6 euros (uno medio decente) hasta 26 y pico como máximo (uno de marca, con calidad y diseño del recopón). Para poder usarlos desde casi recién nacido (yo para las cacas de meconio sigo prefiriendo desechables) se necesitan al menos 20, 25 pañales para estar sobradas, así que por poco más de 200 euros podríamos asegurarnos una colección de pañales y accesorios de lo más decente. Además, teniendo en cuenta que los pañales de tela pueden pasar con total higiene de un bebé a otro, se pueden aprovechar entre hermanos, primos y demás, con lo que el ahorro es todavía mayor.


   Se pueden compaginar con los desechables. Teniendo unos cuantos de tela (que siempre es un ahorro) y dándoles un lavadillo a mano con jabón lagarto, que tampoco es tanto trabajo (ver)


   “¿Qué noooo?” Tranquila que verás como no. Tanto usando de tela como desechables, coges a tu peque y le quitas el pañal pestilente, le lavas los bajos, le pones el pañal limpio, y tiras el sucio al cubo (de la basura o de los pañales sucios). En el caso de los desechables, cuando el cubo está lleno lo llevas al contenedor y lo tiras, y en los de tela los echas a la lavadora. No es tanto trabajo poner un par de lavadoras más a la semana.


   “¿Y las cacas? ¿Las CACAS?” Que sí, que ya llegamos a eso. Las cacas sólidas no se quedan pegadas a este tipo de tejidos, se les da la vuelta al pañalón y caen al váter o a la basura, y si son liquiduchas, si es poca cosa se echa el pañal al cubo sin más, y si parece un kilo de mostaza se le da un enjuagadín encima del váter con la alcachofa de la ducha, es un segundo y no es tan asqueroso como parece.


   Si nos vamos de viaje y no podemos lavar, compramos para esa ocasión una bolsita de desechables y listo. Y si simplemente estamos en la calle unas horas nos llevamos una bolsita impermeable y guardamos ahí el “pastel” para echarlo a lo sucio cuando lleguemos a casa.


   Con un correcto lavado y secado, quedan hechos un primor de nuevo, aunque pueda parecer misión imposible.


   Así nunca te quedas sin pañales, ni tienes que salir corriendo a comprar, ni cargar con paquetones enormes. Yo estoy encantada, ojalá los hubiera descubierto antes. Para mí, personalmente, son todo ventajas. La única “pega” es que hay tantísimos diseños preciosos que se vuelve una adicta a comprar. 

                              "Gotta catch'em all!" Sí, alucinen con mi manejo del Paint...

viernes, 23 de agosto de 2013

Mi segundo huevito

   La pérdida de mi primer huevito, además de dejarme los ciclos descontrolados, influyó en la forma en que viví la llegada del segundo.


   No notaba síntomas diferentes a los que tenía siempre cada mes, y ya no me fiaba mucho del calendario. Tenía cambios de humor, molestias en el vientre, estómago revuelto, vamos lo de siempre que estaba a punto de bajarme la regla, sólo que aún no bajaba.


   Había una cosa que sí me hizo sospechar, porque recordaba algo parecido de la vez anterior, aunque llegué a pensar que sería psicológico, y es que me despertaba en mitad de la noche con unas ganas imperiosas de ir al baño. Me despertaba porque sentía la vejiga llenísima, y no era capaz de volver a conciliar el sueño, por más cansada que estuviera, hasta que no la vaciaba.


   Así que de pronto nacieron en mí dos vocecillas. Una de ellas me decía “¡hazte un test ya! Que yo creo que algo va a salir” y la otra “allá tú, si quieres perder el tiempo, la de rojo está al caer, no te hagas ilusiones”. Así que, sin mucha ilusión, le hice caso a la primera vocecilla y me compré un test.


   Se supone que hay que hacerlos con la primera orina de la mañana, pero era incapaz de estar toda la noche entera sin ir al baño, y a las 6 ya no aguantaba más. Sobra decir que sí que estaba un poco nerviosa por saber de una vez lo que estaba pasando, así que de todas formas esa noche me había dedicado a dar vueltas en la cama.


   Me hice el test y me lo quedé mirando, pensando que de haber algo saldrían inmediatamente dos barras de la misma intensidad, pero de momento sólo salió la de control, por lo que en mi cabeza resonaba un “te lo dije, te lo dije”, hasta que la segunda barra empezó a sombrearse poco a poco. Era tenue, pero ahí estaba, así que se me aceleró el corazón y la primera voz soltó un triunfante “¡Ja!


   No sabía si hacer el baile de la batidora, el de los pajaritos, o saltar como una loca. Sólo salí disparada hacia el dormitorio, donde mi ganso dormía plácidamente, ajeno a todas las emociones que yo estaba viviendo.


   Encendí la luz y él agarró el despertador, preocupado por haberse dormido y llegar tarde al trabajo. Miró la hora, y con los ojos como navajazos en un cartón, trató de enfocar el test que le puse delante de la cara. Parpadeó, me miró y dijo: “¿Y para esto me despiertas? Ya me lo creeré si te vuelve a salir la semana que viene”.

   
   Y no es que no estuviera emocionado, ni que no le diera importancia. Es que la historia de nuestro primer huevito también le había afectado, y para él una raya tenue no quería decir nada. De hecho, aún conservábamos nuestro primer test y el resultado era más evidente que éste. Por más que yo le decía “esta vez es diferente, lo noto”, ni yo misma me lo terminaba de creer.


   Pues sí, esperé una semana entera como una valiente (o como una pava incrédula, según se mire), pensando cada día si sería o no sería aquello realidad. Y un test digital me confirmó que aquello, de momento, seguía para adelante.


   Pero la segunda vocecita siguió ahí, durante todo el embarazo, diciéndome “esto no quiere decir nada, lo vas a perder en cualquier momento”, y me hacía revisar el papel higiénico día tras día cuando me limpiaba en el baño, en busca del mínimo indicio de mancha sanguinolenta.


   Estábamos pasando por un momento especialmente duro y doloroso de nuestra vida, lo que hacía que la vocecilla se cebara especialmente conmigo diciendo “no va a salir adelante, no va a poder superar esto”, así que cuando, estando de unos tres meses, fui al baño y vi que sangraba, no dudó en soltarme “¿lo ves? ¿Ahí lo tienes?”.


   Fui a urgencias temiéndome lo peor. He de decir que en el hospital donde me atendieron el personal es de lo más variopinto, y el área de ginecología, mayoritariamente femenino, es una ruleta rusa en la que te puede tocar un/a profesional encantador/a que te dan ganas de hacerle la ola y ponerle un altar, o te puede tocar un ser de lo más desagradable, con cara de amargura, poca paciencia y menos tacto, que no hace por disimular que está hasta el pelo de aguantar pacientes todo el día.


   En mi caso, la persona que me atendió, a pesar de que le expliqué que venía muy nerviosa y asustada, no fue capaz de explorarme, haciéndome sentir culpable por ello con su actitud, para finalmente producirme un desgarro que me hizo chillar tan fuerte que los acompañantes que aguardaban en la sala de espera pensaron que había alguien de parto donde yo estaba.


   Para mi alivio todo parecía ir bien. Me dieron una compresa y un ibuprofeno para el desgarro y me mandaron para casa.


   Pero la vocecilla siguió ahí, especialmente cuando, a una semana de nacer mi gansi, tuvimos otro susto por el que esta vez sí tuvieron que hospitalizarme.


   Así que cuando por fin tuve a mi bebé en mis brazos, ni yo misma me lo podía creer. Y en cuanto a la vocecilla, pues creo que ya me he acostumbrado a su presencia, y más me vale porque creo que me acompañará ya durante el resto de mi vida, y es que cuando eres madre empiezas a sentir unos miedos que ni sabías que existían.




lunes, 19 de agosto de 2013

Lo que aprendí sobre el sueño de los bebés

   Después de tanto misterio, voy a contar mi experiencia con el sueño de mi bebé, y lo que para algunos seguramente sea una chorrada, para mí fue toda una revelación.


   Justo cuando ya me veía en Google buscando cuánto tiempo se podía sobrevivir sin dormir, cuando ya no daba pie con bola y en mi cabeza nada tenía sentido y hasta pensaba “eah pues si me muero mejor pa mí, con eso descanso”, decidí que tenía que hacer algo, lo que fuera.


   En mi post anterior comenté la “rutina” que seguía cuando mi bebé despertaba, y creía que eso era lo que se debía hacer, pero algo no debía estar haciendo bien porque una cosa era estar cansada y otra convertirte en un zombi ojeroso.


   ¿Qué alternativa había? Pues por más que busqué y busqué, todo parecía reducirse a:


a)      Seguir como hasta ahora, rezar para que los despertares disminuyeran por sí solos en breve, y tratar de batir el récord mundial de horas sin dormir.

b)      Dejarle llorar para que “aprendiera” a dormirse sin ayuda.

c)      Dormir juntitos, ofreciéndole un self service de tetita.


   Antes de marcar una respuesta aleatoria a este test, pensé que quizá fuera mejor empollarme un poco la materia, y mi primer descubrimiento fue que no me había “tocado la lotería” de los bebes despertador, sino que mi criaturita era de lo más normal del mundo.


   Pues sí, para mi sorpresa, descubrí que la forma de dormir que tenemos los adultos no es algo con lo que se nazca, ni algo que se aprenda, sino algo que se va desarrollando a la par que lo hacen el resto de órganos y funciones de nuestro cuerpo.


   “¡Pero los bebés tienen que dormir! Que si no están todo el día de mal humor”.


   ¡Hola de nuevo, Gansa premamá!


   Es cierto que un bebé con sueño está bastante más irritable que uno bien descansado, pero ¿cómo conseguimos que nuestro bebé duerma? ¿se le puede obligar? Pero sería por su bien ¿no?


   Realmente, como poderse, se puede hacer, el ser humano es susceptible de ser amaestrado al igual que muchos otros animales, el único requisito es que no te importe tratar a tu retoño como a un animal, en ese caso ¡marca la b!


   Y esto no lo digo yo, ni siquiera esa parte de tu instinto que te dice ¿pero qué haces dejando a tu bebé llorar? ¿a qué esperas para atenderle? Esto lo dicen estudios serios y contrastados que investigan los efectos negativos del llanto prolongado, a corto y largo plazo. Para hacerse a una idea, sólo hay que escribir “llanto prolongado” en tu buscador.


   Pero mientras el cerebro de tu chiquitín no esté preparado para reproducir los ciclos circadianos de un adulto, habrá que aceptar que su sueño se interrumpa, y tratar de que estas interrupciones sean lo más breves posibles, y esto yo sólo lo conseguí marcando la c.


   Mi resultado: Sus despertares ya no me espabilaban, me llegaba a quedar dormida incluso mientras aún mamaba (y eso que me despierto a la mínima que me tocan), al saberme cerca, mi peque vio aumentada su seguridad y su confianza, su sueño era más relajado y placentero porque sabía que mamá estaba ahí, y mágicamente los despertares fueron disminuyendo, y de vez en cuando hasta me regalaba alguna noche de sueño “del tirón” hasta por la mañana.


   Normalmente, su primer sueño lo pasaba en soledad en la cunita, mientras yo cenaba o veía la tele un ratito, me acostaba, y en cuanto despertaba ya le ponía a mi lado hasta por la mañana. Y al cabo de un tiempo, pasó a su cuarto, con todo el dolor de mi corazón, que no del suyo, porque a mi peque le encantó su camita y no echó de menos dormir en mi cuarto. Aún me llama, pero ya no siempre, y rara vez antes de las 3 de la mañana, lo que me garantiza unas cuantas horas de sueño seguidas que me sientan de maravilla.


   Y cuando me llama voy encantadísima de la vida, porque para mí que dormir con los hijos no les malcría a ellos sino a los padres. A mí por lo menos, que me causó una adicción tremenda, y eso que al principio admito que me parecía incomodísimo, me daba miedo y no conseguía encontrar una postura adecuada, pero enseguida le fui cogiendo el gustillo.


miércoles, 14 de agosto de 2013

Y yo que creía que (3)... Los bebés tenían que dormir en su cunita

   ¿No es eso lo que nos enseñan cada vez que se muestra un bebé en los medios de comunicación? Tenemos la asociación bebé = cunita grabada a fuego. ¿Dónde si no va a dormir nuestra criaturita?


   Durante el día se admiten alternativas como el carrito o cochecito de paseo, o el asiento del coche, pero de noche su sitio es la cunita o el moisés.


   Socialmente, en nuestra cultura, se acepta prácticamente por igual que los primeros meses la cunita esté en el cuarto donde duermen los padres, o en un cuarto separado, y a determinada edad (6 meses según algunos, según otros un año, y a veces algo más) prácticamente “recomiendan” que el peque tenga su propio cuarto.


   Así es como yo lo veía y aceptaba.


   “¿Qué alternativa hay entonces? ¿Meterlo en la cama con los padres? ¡Qué barbaridad! ¡Le malcriarás! ¡Le crearás una dependencia! ¡No podrás sacarlo de ahí en la vida! Conozco un caso de un niño con 15 años que aún duerme con sus padres…”

   
   ¡Hola Gansa premamá! Te veo un poco exaltada, deja que te explique un par de cositas que aún no sabes.


   En primer lugar, los humanos somos mamíferos, y a los mamíferos les gusta dormir acurrucaditos. Así que, en teoría, el sitio natural donde los bebés tendrían que dormir sería acurrucaditos con sus padres. De hecho, así se ha venido haciendo “toda la vida”, y es sorprendente lo reciente que es la concepción de que el bebé duerma por separado, para lo arraigada que está. Esta práctica de dormir separados sólo se lleva a cabo en algunas culturas, la mayoría de países “desarrollados”, y se viene haciendo desde más o menos la época de la revolución industrial, quizá algo más tarde, según tengo entendido.


   Para entenderlo mejor, personalmente me sirvió bastante leer al Doctor Carlos González, y algo también se puede sacar de este documental (que me encanta, por cierto), que habla sobre distintos métodos de crianza, y en cada uno aborda, entre otros, los temas de la alimentación y del sueño.


   Y ahora contaré mi propia experiencia. Tratar de hacer dormir a mi bebe apartado de mí fue un rollo, por no decir un c*ñazo. No ayudó en nada al descanso de mi bebé y mucho menos al mío, y dificultó mucho la lactancia.

   
   Mi bebé dormía en su cuna, al lado de mi cama, en mi cuarto. Pasé meses y meses atendiendo sus frecuentísimos despertares de la siguiente manera: yo “dormía” (con un ojo abierto y asomándome a la cunita si hacía ya tiempo que no oía llorar), gansi lloraba, yo me levantaba, iba a su cuna, bajaba los barrotes, cogía a mi bebé, volvía a mi cama, le daba el pecho (alrededor de 20 minutos cada pecho), le ponía en mi hombro otros 20 minutos para que cogiera el sueño profundo y volvía a la cunita despacio, rezando porque no se despertara en el traslado porque esto suponía otra media hora de inducción de sueño profundo a base de meneos, subía los barrotes, volvía a mi cama, cerraba los ojos y en un lapso de unos 15-30 minutos, a repetir operación. Sobra decir que, después de toda esta maniobra, el sueño se te espanta tanto que ese lapso bien podría ser de una hora que ya no llegas a conseguir dormirte en condiciones. Así que vivía, o más bien sobrevivía, durmiendo un total de 2 o 3 horas al día, repartidas en fracciones de 5 a 10 minutos.


   Hasta que un día me harté y todo esto cambió. Ya dije que escribiría acerca de lo que aprendí sobre sueño de los bebés, y lo haré, jejeje, más adelante.


   Sólo diré que hacer pasar a una madre por lo que yo pasé, con tal de que el bebé no se malcríe, es inhumano, y que sin saberlo estaba incrementando con mi “método” los despertares de mi gansi. Así que tenía que hacer algo, porque ya me daba igual todo, hasta que mi bebé se malcriara, sólo quería dormir, porque ya no era ni persona, porque no estaba disfrutando de mi maternidad, y porque en mis condiciones no era capaz de atender a mi bebé como debía.


   No puedo aguantarme más, tengo que dar una pista: sí, probé a meter a mi bebé en mi cama a ver qué pasaba, y hasta aquí puedo leer…




domingo, 11 de agosto de 2013

Y yo que creía que (2)... Los bebés no tenían por qué llorar

   Pues sí, yo debía pensar que lo que tenía en la barriga era un muñeco Nenuco. Mi mente de premamá soñadora e ilusa funcionaba más o menos de la siguiente forma:


   “¡Aaaah! La tierna infancia. Ser bebé debe ser maravilloso. Todo el día durmiendo y sin tener que hacer nada más que mirar, escuchar y tocar los juguetillos que te van dando. Sólo llorar un poquito para avisar del hambre cuando se acerque la hora de comer, a la hora del desayuno, el almuerzo, la merienda y la cena. Pero no, mi bebé no llorará nunca, ni siquiera cuando tenga hambre porque siempre estaré atenta e iré a su cunita a darle el biberón antes de que le de tiempo a tener hambre. Y si tiene sueño tampoco llorará, porque cerrará los ojitos y se dormirá”.




   ¿Se puede ser más panoli?



   Resulta que sí, querida, que todos TODOS los bebés lloran. Unos más y otros menos. Protestan, gorjean, lloran a diferentes intensidades, berrean y/o patalean. Lloran con distinta frecuencia, y lo hacen cuando tienen hambre, sueño, se aburren, están incómodos por su ropa o por su pañal, tienen frío, tienen calor, quieren sentir a su madre cerca, tienen gases, están estreñidos, están malitos, y también lloran sin motivo aparente, y en este caso se vuelve una completamente loca.


   Una vez mi gansi empezó a llorar como si le mataran, estaba en mis brazos, acababa de comer, había dormido bien y le arrullaba primorosamente. Así que empecé a revisar su ropa, su pañal, su temperatura, tocar su cuerpecito, masajear su barriguita, comprobar sus deditos, sus dientes, y todo lo que se me fue ocurriendo. Y tras media hora de llanto incesante y de revisar todas las acepciones de llanto en mi diccionario bebé-mamá, no se me ocurrió otra alternativa que irme a urgencias. Bueno, era eso o llamar al exorcista.


    Llegué al hospital con la cara desencajada y el corazón desbocado, y tras media hora de espera a que nos atendiera el pediatra, mágicamente mi bebé dejó de llorar y se durmió plácidamente como si no hubiera pasado nada. El pediatra le hizo una revisión completa y no encontró ni fiebre, ni mocos, ni traumatismos, ni nada de nada, mientras yo miraba con cara de “¡Pero dime algo que yo no sepa!”, y su respuesta fue:


-         “Cólicos”

-         “¿Cólicos del lactante? ¿A los nueve meses?”

-         “Cólicos, señora”.



   Y es que parece ser que los cólicos son el comodín que te sacan los médicos cuando tu bebé empieza a llorar sin parar, y sin causa aparente.


   Cuando te pasan estas cosas no puedes evitar pensar “¡Ayyyy! ¡A ver si empieza a hablar ya para que me diga lo que le duele!”. Y entonces tu peque empieza a hablar, y ya crees que te has librado del llanto “inexplicable”. ¡Claro! ¡Si ya sabe decir aquí, allí, pie, mano y hasta culo!.... Pues no, no sólo no te has librado de ese llanto sino que ahora los pensamientos de tu peque son más complejos que su vocabulario, así que… ¡Hola, llanto de “frustración porque mis padres no entienden lo que quiero o yo no entiendo por qué no me lo dan”!


   Como resumen de mi experiencia con los llantos, y a modo de consejo por si pudiera servir a alguien, podría decir que cuanto más atentamente escuches a tu bebé, más fácil te será diferenciar e interpretar sus llantos. Debemos hacernos a la idea de que, por más que nos esforcemos, podremos ahorrarle a nuestro peque algunos sofocones, pero por desgracia no todos. Y ante los llantos “inexplicables”, aunque cueste, siempre hay que mantener la calma y revisar todas las posibilidades pacientemente, y lo que suele funcionar (aunque a veces sólo provisionalmente) es, ante la duda: brazos y teta.

jueves, 8 de agosto de 2013

Consejos para futuras mamás

   Por lo general, una madre primeriza experimenta una enorme inseguridad, muchísimas dudas y muchísimos miedos. Aunque, como en esta vida tiene que haber “de tó”, también te puedes encontrar con madres que parece que tienen un instinto super dotado y que saben exactamente lo que tienen que hacer en cada momento. 


   Desde luego este último no fue mi caso, puesto que soy una persona increíblemente insegura ya de por sí, y en lo que a la maternidad se refiere hubiera dado cualquier cosa porque viniera una “yo de dentro de unos años” más experimentada, en una máquina del tiempo, como si de una vendedora de lejía futurista se tratara, a decirme lo que estaba haciendo bien y mal.


   Cuando eres madre por primera vez parece que todo el mundo quiere darte consejos, incluso personas que no tienen hijos, y  cuanto más sobrecogida y abrumada esté una, mejor los acepta, y más se desconcierta, ya que no entiendes por qué con tu bebé muchas de esas cosas parece que no funcionan. En mi caso, hasta me parecían insuficientes, así que pedía más y más consejos, a diestro y siniestro, a conocidos y desconocidos, en persona y consultando Internet. 


   Y ahora, si de verdad pudiera viajar en el tiempo, sí que me aconsejaría, es más, quisiera gritar a los cuatro vientos el mejor consejo que le podría dar a cualquier futura mamá, y ahí va:



   Confía en ti misma y en tu instinto, no hagas caso de ningún consejo (ni de éste ¡ojo! Que no me creo en posesión de la verdad absoluta, por paradigmático que resulte), venga de quien venga, si tu instinto te dice que no es lo que deberías hacer, probablemente no lo sea. 

   Nunca hagas nada sólo porque te lo digan otras personas, o porque crees que es lo que hace todo el mundo, sobre todo si sientes que no está bien.

   La gente se puede equivocar, las personas que no tienen hijos tienen una visión diferente que seguramente cambie cuando los tengan (como me pasó a mí), y las personas que sí tienen hijos los cría cada uno a su manera, no hay una fórmula universal.


   Los médicos, a veces, también se equivocan, me remito a mi post sobre pediatras. Y los consejos que dan a las madres han ido cambiando diametralmente a lo largo de los años.


   Las madres y abuelas son de otro tiempo, y muchas de las “fórmulas” que usaban para criar a sus hijos, hoy en día se han demostrado que no son adecuadas, así como los consejos que les daban sus pediatras en su época.


   Tu bebé es único, todos los bebés son diferentes y tienen necesidades distintas, así que no se puede establecer una regla general para cubrirlas.


   Si dudas es normal, puedes consultar información, pero procura contrastarla, sobre todo si no te queda claro (tu instinto te lo dirá), hoy en día hay muchas posibilidades de acceder a información veraz, científica y comprobada (aunque no todo está estudiado a fondo).


   Es bueno hablar con otras madres, compartir experiencias.


   Si te dan consejos que no pides, escúchalos con tu mejor sonrisa porque en la mayoría de los casos son bienintencionados, pero luego haz lo que tú consideres que debes hacer.


  Y lo más importante de todo, escucha a tu bebé, será tu mejor maestro.






sábado, 3 de agosto de 2013

Pediatras

   Es curioso que, a veces, parece que identificamos a un médico, y a cualquier persona con bata blanca en general, como una figura de autoridad, un ser casi sobrehumano, imbuido de infinita sabiduría, cuya palabra nunca debe ser cuestionada. Y lo hacemos de forma inconsciente porque, pensándolo fríamente cualquiera comprendería que los/as profesionales de la salud son personas y por lo tanto tienen sus limitaciones, se pueden equivocar, tener un mal día y sentir más o menos pasión por su trabajo.

   La medicina es como cualquier otra profesión, de modo que nos podemos encontrar con que quien nos atiende es una persona con excelente y actualizada formación, entregada y de trato impecable, o todo lo contrario.

   No se trata de entrar en la consulta en plan “¡no me fío de nada de lo que me digas, matasanos!”, pero tampoco de bajar la cabeza y quedarnos callados si sentimos que el trato que hemos recibido, o la información o diagnóstico que nos han dado, no es el correcto.

   Y es que a las mamás primerizas nos surgen muchísimas dudas e inseguridades. De pronto nos vemos con nuestro retoño en los brazos, totalmente dependiente de nosotras y empezamos en vano a buscarle el libro de instrucciones y a pensar “¿ahora que hago?” o “¿lo estoy haciendo bien?” Y es ahí cuando acatamos ciegamente las instrucciones de nuestro/a pediatra porque damos por sentado que ellos/as saben de nuestro bebé muchísimo más que nosotras. Bueno, en realidad, en nuestro estado de vulnerabilidad, damos por sentado que cualquiera, incluso aunque no haya tenido hijos, sabe más de nosotras.

   Pero lo que he aprendido sobre los/as profesionales de la pediatría es que hay algunos/as que dan a los padres y madres consejos y recomendaciones sobre temas que no forman parte de sus competencias, como por ejemplo, la lactancia o los hábitos de crianza, porque estas cuestiones requieren de una especialización aparte, que no es obligatoria en principio para el ejercicio de su profesión.

   Si entramos en una consulta y la persona que nos atiende nos recomienda (aunque demos el pecho sin problema alguno) que nuestro bebé tome una determinada marca de leche en polvo, que curiosamente es la misma que ilustra los pósters y calendarios que adornan la consulta, y hasta el bolígrafo con el que nos firma las recetas, algo hay que sospechar.

   
   Yo daba por sentado que los/as pediatras estaban formados en lactancia materna (y es cierto que algunos lo están, pero no todos/as), o que su formación sobre alimentación infantil en general estaba actualizada, pero si te dan un folio sobre pautas de alimentación, que hablan de introducir la alimentación complementaria antes de los 6 meses de vida, que además es una fotocopia de un documento escrito con máquina de escribir, pues muy actual no parece.

   Y lo que desde luego no creo que se incluya en la formación general de pediatría son los hábitos de crianza, pero eso no impide que a veces nos den recomendaciones o incluso sermones sobre si cogemos o no a nuestros bebés en brazos, o cómo, cuánto y dónde duermen, porque en efecto, el desarrollo del sueño tampoco se incluye en la formación general de la pediatría.

   Todo esto me resulta de lo más chocante, y es un aspecto de nuestro sistema sanitario que me desconcierta. ¿Cómo puede ser que un profesional de la pediatría ejerza sin tener conocimientos más profundos y actualizados sobre lactancia, alimentación infantil o desarrollo del sueño? Debe ser que se da por sentado que estas cuestiones las sabe todo el mundo, o que carecen de importancia, o que cualquier juicio equívoco que se emita al respecto, no va a repercutir en daño alguno en el paciente.

   Cuando una es madre por primera vez, y le asaltan tantísimas dudas, necesita obtener al menos algo de apoyo y tranquilidad por parte de los/as profesionales de la salud. No digo que tengamos que creernos a pies juntillas cualquier cosa que nos digan, por descabellada que pueda parecer, pero al menos confiar en que la persona que nos está dando esas recomendaciones sabe de lo que está hablando. ¿Sería muy descabellado esperar que la persona que trata la salud de nuestros hijos y nos alecciona sobre cómo criarlos, tuviera hijos propios?

   Me he llegado a encontrar, hablando con un grupo de madres, que una de ellas contaba algo que le hacía o le daba a su pequeño y que a mí, en aquell momento, me pareció una soplaguindez sin fundamento, y por las caras de las otras madres presentes, a ellas también. Hasta que esta mamá en cuestión sentenció: “dicho por mi pediatra”, y de repente la expresión de las otras mamás cambió y todas dijeron “aaaaaaah”. Me pareció de lo más curioso cómo algo que en un principio suscitaba dudas de pronto se convirtió en una verdad innegable. Parecía que estuviéramos en misa y hubiera dicho"palabra del Señor”, como si lo que dice el pediatra tuviera que ir a misa.

                                      "Le darás 10 minutos de cada pecho cada 3 horas..."


   Así que animo a todo el mundo a que, como yo, os deis a la poca vergüenza y cuando el/la pediatra os diga algo de lo que no estéis segur@s, le pidáis amablemente referencias de aquello de lo que os habla, para ampliar información, claro está. Por ejemplo: “Oh ¿Ya no hace falta que le de el pecho a mi peque de un año? ¡Qué interesante! ¿Dónde podría informarme más sobre lactancia a esta edad? ¿Quizá en la página de la Organización Mundial de la Salud?” (Esto último es recochineo opcional…)