miércoles, 30 de noviembre de 2016

Primerizas expertas

   Cuando me lancé a la aventura de la maternidad me ocurrió algo que imagino que será común a muchas otras madres, y es que no tenía ningún referente real. Mi hermana y yo nos llevábamos muy poco tiempo de diferencia de edad como para que yo recordara a mi madre embarazada, dando el pecho (creo que ni lo dio), o criando a un bebé, y en mi entorno el contacto con los bebés y niños pequeños había sido meramente visitas momentáneas. Lo más parecido que tuve a un ser vivo cuya supervivencia dependía de mí había sido un Tamagotchi.

   Nunca pensé que para ser madre hiciera falta preparación previa, y si acaso, pues lo que te enseñaban en clases preparto, lo que se veía en las películas, y todo lo demás pues salía solo, se iba aprendiendo sobre la marcha, para eso estaba el instinto.

   Y así me fue, que me vi de repente con un bebé en brazos pensando “¿por dónde se coge esto?”


 "Aquí montando la trona del Ikea. Esto está chupao"


   En esto de la maternidad nunca se deja de aprender, aunque tuviéramos 20 hijos, hasta el último nos enseñaría algo nuevo, pero en mi caso mi gran escuela fue mi Gansi.

   Por eso me quiero quitar el sombrero ante esas primerizas expertas, esas mamás que, por la circunstancia que sea, se manejan con su bebé como si llevaran haciéndolo toda su vida, y no parecen tener esas típicas inseguridades y dudas de las primerizas. Bien porque han tenido suficiente uso de razón como para vivir e incluso compartir el cuidado de hermanos o primos, u otros bebés de su entorno, o bien porque se han preparado durante su embarazo como quien se prepara para unas oposiciones, y han accedido a información que yo desconocía que existiera o me fuera a ser de utilidad hasta que no llevaba ya un tiempo siendo mamá. O quizá es que cuentan con un buen asesoramiento y ayuda, qué sé yo.

   Esas primerizas que cambian el pañal a su recién nacido con una mano y los ojos cerrados, cuando yo tardé meses en conseguir colocarle bien el pañal a mi peque (y fueron muchos pañales los que tuve que cambiar para ello), que salen de casa preparadas y nunca les falta nada en la maletita (y no porque alguna vez les haya pasado que se den cuenta de lo bien que les hubiera venido llevar tal o cual cosa para según qué situación). Primerizas que ya saben lo que es “normal” y no se pasan el día corriendo a urgencias a la primera de cambio, que no tienen ninguna duda de si su bebé estará durmiendo lo suficiente, o sus cacas serán normales, o si ese llanto es por gases o por sueño.




 De verdad os digo que me dejáis con la boca abierta.


   Por eso animo a las futuras mamás primerizas a que se informen, que no den nada por sentado, que no esperen a que sea su bebé quien las enseñe, que al final van a terminar aprendiendo, pero toda información que tengan de antemano la van a agradecer.

   Leed, leed todo lo que os llegue a la mano, si es actual mejor, leed a Carlos González, a Rosa Jové, a Jean Liedloff, hasta a Estivill si os queréis partir de la risa y enfurecer a partes iguales. Veréis que cuanto más informadas estéis más os convencéis de nunca hacer nada con vuestro bebé que no querríais hacer pero lo dice Fulanito, Menganito, el pediatra o tu suegra.

   Y no temáis hablar con otras madres, preguntadles por su experiencia y todas las dudas que tengáis. Lo más seguro es que compartan sus conocimientos gustosamente. Guiáos por la experiencia y el instinto y no por las habladurías de quien ni siquiera tiene hijos o los ha tenido en otra época complétamente diferente.

   Creedme que lo vais a agradecer, porque por desgracia, hemos pasado por una época en que hemos vivido la maternidad de forma muy hermética, casi tabú, desde que el cuerpo femenino y sus funciones empezaron a ser secreto y asqueroso, y todo lo concerniente a la reproducción era algo de lo que no se debía ni hablar. Pero muchos años atrás era normal convivir con una embarazada, que si no era tu madre era tu prima, tu cuñada o tu vecina a la que veías a diario, no era tan raro ver parir porque se hacía en casa, o saber cómo se recuperaba una mujer puerpera, ver dar el pecho era algo cotidiano, y lo mismo para el resto de la crianza. Pero llegó un día en que las mujeres parían a solas en el hospital (no estaba ni siquiera el marido a su lado), se escondían para dar el pecho unos meses o ni siquiera lo daban, y los niños se empezaron a criar desde muy pequeñitos en la guardería, lejos de los ojos de los demás.

   Hoy en día se empieza a ver un cambio, a hablar de temas sobre crianza que antes, o bien se daban por sentado, o bien se hacía lo que decía el pediatra sin cuestionarlo, siguiendo unas pautas muy estrictas, o bien ni se mencionaban. Tenemos acceso a mucha información para compensar esa falta de experiencia.

   Lo que hubiera agradecido yo, antes de ser mamá, saber sobre fertilidad, sobre los abortos expontáneos, sobre el desarrollo del feto, sobre el proceso del parto y el puerperio... Tú que vas a ser mamá por primera vez, ¿has cambiado ya algún pañal? ¿Has bañado a un bebé? ¿Sabes cada cuánto, cómo y con qué es mejor hacerlo? ¿Has estado con suficientes recién nacidos como para saber si todos duermen igual, comen igual o lloran igual? ¿Has visto a alguna mujer dando el pecho? ¿Has pasado el suficiente tiempo con un niño pequeño como para saber qué atenciones necesita y a qué le gusta jugar? ¿Sabes cuándo te va a volver la regla tras el parto?

   Si no has hecho nada de esto, no te preocupes, todas estas cosas las vas a terminar aprendiendo, y si tienes inquietudes, vas a acceder a toda esta información sobre la marcha. Y sí es muy cierto que por mucho que te cuenten y que leas, hasta que no lo vivas en tus carnes no vas a experimentar lo que de verdad significa la maternidad, pero hay ciertas cosas que te vas a alegrar de saber de antemano, porque te van aportar seguridad y sobre todo tranquilidad, y que antiguamente era natural saberlas antes de ser mamá por primera vez.

jueves, 10 de noviembre de 2016

La frase: Ten cuidado

   Si eres madre, más de una vez vas a escuchar esta frase, y más de un millón de veces vas a decirla.

   Y no sé qué me da más rabia, si que me manden a tener cuidado con mi peque, como si yo no estuviera lo bastante atenta ya (aunque un despiste lo puede tener cualquiera, vaya), o descubrirme haciendo lo que me propuse no hacer, mandando a mi peque a tener cuidado.

   Es inevitable, en cuanto nuestros peques empiezan a moverse, a querer explorar, tocar y trepar por todos sitios, nos sale, aunque sea sin querer, ese “¡Ay, cuidado!”, que más de uno pensará “¿y qué malo hay en decirles esto a los niños?” pero no es que haya algo malo necesariamente, sino que para nuestros peques no es tan beneficioso como pensamos.

   Los niños necesitan adquirir confianza, tienen que tropezarse y caerse para desarrollar su equilibrio, y los padres tenemos que estar cerca para evitar que se maten o que se hagan mucho daño, pero eso, estar cerca y pendientes, no sentarse a lo lejos y estar todo el rato “cuidado con esto”, “cuidado con aquello”, “no corras”, “no te subas ahí”, porque así lo único que conseguimos es mermar la confianza de nuestro peque.
Si le decimos a un niño todo el rato “te vas a caer”, al final seguro que se cae. Es preferible dejar que desarrollen su agilidad, que se suban donde quieran siempre que estemos ahí para evitar que se dañen.

   Y predicado esto, que nadie se sienta mal si no lo cumple porque a mí misma me cuesta, y ni llevo ya la cuenta de las veces que le he dicho a mi peque el típico “cuidado”, en ocasiones completamente inespecífico, que los peques al oírlo se deben quedar un poco locos pensando “pero ¿cuidado con qué? ¿qué es lo que estoy haciendo mal? ¿qué tengo que hacer ahora?” porque lo soltamos así a secas.

   Pero llevamos el chip puesto, quizá porque es lo que hemos vivido en nuestra infancia, o igual es una parte de nuestro instinto protector que no sabemos gestionar, y vemos a nuestro peque haciendo equilibrios en un bordillo y en vez de ir a su lado y explicarle que si estira los brazos a los lados irá mejor, o que debe fijarse muy bien dónde apoya los pies, lo que nos sale es “¡bájate de ahí que te vas a caer!”


 
"¡Yosuaaaaa! ¡Sálete del agua ahora mismo que como te ahogues te mato!"
 

   Si nuestro peque es un Usain Bolt en potencia y nos preocupa que se deje las rodillas y los incisivos en el suelo, mejor llevarle a trotar a un sitio donde no se pueda hacer tanto daño, como la playa o un parque con arena, o césped blandito, que no estar todo el rato con el corazón en un puño rezando para que no tropiece o prohibiéndole correr.

   Y aunque lo sepamos, lo vamos a seguir diciendo, doy fe. Es como que nos quedamos más tranquilos. “Eah, le he dicho que tenga cuidado, ahora ya no se hará daño, he conseguido que esté atento a lo que hace”, y a lo mejor no, a lo mejor lo que he conseguido es que el peque vaya más inseguro y al final pase lo que tememos que pase.

   Y es que la palabra “cuidado” para un niño, es tremendamente inespecífica. Le decimos que tenga cuidado pero no le decimos cómo tiene que tener cuidado (a veces ni con qué), qué tiene que hacer para que no le pase eso de lo que le estamos advirtiendo, o que tememos que le pase pero ni le se lo aclaramos.

   Imagina que ves a tu peque cogiendo un cuchillo para cortar un trozo de comida. ¿Qué haces?

A) Se te desorbitan los ojos y chillas “¡cuidado!” apuntando al cuchillo como si fuera a explotar
B) Te aguantas el exabrupto pero le retiras con una sonrisa nerviosa el cuchillo y le cortas tú lo que sea
C) Le pides que te de el cuchillo, le explicas que no debe utilizar cuchillos que cortan hasta que aprenda cómo hacerlo (no le especificas realmente cuándo va a ser eso para que no se impaciente), y le dices que practique con uno de postre de punta redonda de esos que no tienen ni filo (mi Gansi los llama “de los que no hacen sangre”) y te quedas a su lado mientras lo intenta.

   Si has contestado A, no te preocupes que es de lo más habitual, es lo primero que nos sale a todas. Si B, estás en ello, bien, pero aún te falta confianza para fomentar la autonomía de tu peque. Y si C pues ole tú, que ya me gustaría a mí que me saliera siempre así.

   Y respecto a esas personas que parece que viven con más estrés que una perdiz, que saltan como los gatos cuando van en tensión y se asustan, y te dicen que tengas cuidado con tu peque porque le parece que está haciendo algo súmamente peligroso o a lo mejor te ve cara de despiste, pues sonrisa, muchas gracias, no se preocupe usted (que le va a dar algo), ya estoy al tanto, y apretar los dientes si procede.

   Aunque hay muchas formas de decir las cosas, si realmente nos preocupa el bienestar de la criatura, que siempre se puede dar el caso de que el progenitor se haya distraído un momento y el peque vaya directo a la carretera sin mirar que pasan coches. Diferente es llamar la atención de una madre que parece distraída si vemos que su peque está en peligro, a decirle “ay, cuidaito” cuando vemos que está activamente al lado de su hijo, pero en estos casos lo dicho, sonrisita y para adelante.

   Si se entiende mejor, pondré el ejemplo de cuando mi peque empezó a subir escalones. Yo dejaba que lo intentase sola pero me quedaba a su lado preparada por si perdía el equilibrio o tropezaba. Pero como hubiera alguien más alrededor no faltaba el “¡ay! ¡esa niña tan chica subiendo solita por las escaleras! ¡ten cuidao (“alma triste” implícito)!” O cuando aprendió a andar pero a veces aún se caía de culete, me miraba, se reía y se volvía a levantar, pero si alguien la veía y chillaba “¡ayyy! ¡que sa caido!” la pobre se pegaba un susto que igual hasta lloraba.

   Así que esta frase no sabría si la he dicho más veces de las que la he oído, pero cada vez intento que, cuando me salga, al menos tratar de especificarle a mi peque a qué me refiero, o intentar sustituirla por frases positivas en lugar de negativas: “hazlo mejor así” (en lugar de “así no”), “ve más despacio que el suelo puede resbalar” (en lugar de “no corras que te vas a resbalar”).


 "¿cuidao con queee?"

viernes, 7 de octubre de 2016

Razones por las que lloran los niños

   Un día, charlando con los padres y madres del parque, comentaba lo mal que lo estaba pasando mi bebé con los cólicos. Algunos me decían que lo entendían, otros creían haber pasado por ahí, pero ni se imaginaban lo que es realmente, y otros me miraban como los perros cuando no te entienden y ladean la cabeza. Al decirle a uno de estos últimos padres que mi bebé no se consolaba con nada cuando le estaba dando el cólico, me contestó: “¿Ni comiendo?”..... Mi cara de póquer no tenía precio...
 

   Entiendo, por una parte, que diera por sentado que no hay malestar que la teta no le cure a un bebé, pero en el fondo pensé “¿dónde están esos bebés que sólo lloran por hambre? ¿De verdad el tuyo sólo llora cuando tiene hambre?”... Con la de cosas por las que lloran los niños...

   Y es que los niños lloran hasta por cosas que a los adultos nos pueden parecer absurdas e inimaginables, desde que son bebés hasta que casi son adultos (que los adolescentes también tienen miga), porque su mundo es otro y para ellos tienen una importancia increíble cosas que para nosotros no son importantes en absoluto. Por no mencionar que cuando son bebés no saben hablar y la única forma que tienen de comunicar cualquier cosa que sienten, que quieren, que no les gusta, que les incomoda etc, es a través del llanto.

   Cuando crecemos vamos aprendiendo lo que tiene verdadero valor, y nos entristecemos ante cosas verdaderamente graves, desgracia, sufrimiento etc, pero para un peque la peor de las desgracias que imagina puede ser que otro niño toque sus juguetes, o símplemente que se le caiga el peluche al suelo.

   Todos los bebés lloran, unos más y otros menos, pero toooodos lloran. Y me puedo creer que haya bebés que sólo lloran cuando tienen hambre (aunque lo ideal sería no esperar a que lloraran para alimentarlos, porque llegados a este punto es que están que se desmayan del hambre), pero los bebés normales lloran por multitud de motivos, aunque algunos sean más sensibles que otros.

   Un bebé puede llorar porque está incómodo (por su ropa, porque tiene el pañal sucio, por la temperatura...), porque se ha asustado, porque necesita contacto o atención, porque está cansado o tiene sueño (con lo fácil que parece echarse a dormir sin más), porque está hiperestimulado, porque no se encuentra bien (tiene mocos, tos, fiebre, dolor, malestar general...). O también pueden llorar sin un motivo aparente (como en el caso de los “cólicos”), aunque siempre lo debe haber, pero hay veces que a los padres nos es imposible descifrar qué es lo que está angustiando tanto a nuestra criaturita.


 "Mi papá se llevó mi nariz..."


   Hace poco tuvimos con Gansiki una experiencia desagradable. Empezó a llorar de repente y muy enérgicamente a las 5 de la mañana. No era su hora de cólicos habituales, y además ya hacía unos días que no le daban y teníamos la esperanza de que una vez cumplidos los 3 meses ya no le dieran más. Como no paraba, cuando llevaba así unas 5 horas (caía rendido, al poco despertaba y volvía a empezar y así sucesivamente), lo llevamos a urgencias porque además le estaba dando fiebre y llevaba muchas horas sin querer comer, y no le encontraron absolutamente nada. Aún no sabemos qué tuvo, el caso es que sobre las 2 del mediodía empezó a hacer caca como una bestia y al quinto pañal ya estaba feliz como si no hubiera pasado nada. Podría haber tenido una obstrucción intestinal que le estuviera incomodando o incluso doliendo a rabiar, y lo único que podía hacer era llorar, y nosotros volvernos locos intentando interpretar su llanto.

   Sí que es cierto, al menos yo así lo he notado, que una acaba interpretando el tipo de llanto de su bebé y distinguiendo cuándo es llanto de dolor, de sueño, de hambre, de frustración o de reclamo de atención. No me sorprende que así sea, si terminé por interpretar el maullido de mi gato que a poco le contesto maullando yo también, ¿no voy a acabar entendiendo el llanto de mi bebé? Aunque siempre hay veces en que una no acierta.

   A medida que crecen los niños a esta lista de razones por las que lloran se le van sumando cosas como que se lastiman, que se sienten impotentes porque no alcanzan un objeto, que quieren expresar algo y no los entendemos, que las cosas no les salen como ellos quieren, que quieren algo y no puede ser etc...

   Todos estos motivos pueden parecer comprensibles, justificados, pero hay que prepararse porque muchas veces nuestros peques van a llorar por cosas que nos van a parecer absurdas, de forma que nuestra primera reacción va a ser troncharnos de la risa (a veces, incluso enfadarnos con ellos), pero oye que para ellos será un asunto muy serio.

   También es muy común que, cuanto más cansados estén, más sensibles, de forma que llega un momento en que ya parece que lloran por cualquier cosa.

   Mi Gansi ha llegado a llorar como si se acabase el mundo porque ya se ha hecho de noche, porque sin querer se ha dormido, porque se le ha roto una galleta, porque quería ordenar los libros de su cuarto de una forma tan original que no se aguantaban en la estantería, porque sus amigos al salir del cole se han ido a sus casas a comer, porque hoy no se ha encontrado con el gato callejero que solemos ver frente a casa, porque se ha despertado en mitad de la noche y era de noche...

   Una piensa “pobrecillos”, pero en el fondo se está descacharrando por dentro de la risa con algunas de las “razones” por las que nuestros peques llegan a llorar.

   En este enlace tenéis un recopilatorio de razones tronchantes por las que lloran los niños


   Pero tras estas aparentemente injustificadas razones subyace un auténtico malestar para ellos, un deseo frustrado o un sentimiento que no son aún capaces de gestionar, y esto (aunque por dentro nos riamos) hay que respetárselo, tratando de empatizar con ellos, explicarles las cosas y que poco a poco vayan entendiendo que esas cosas igual no importan tanto como pensaban...

martes, 13 de septiembre de 2016

Inexactitudes sobre el cólico del lactante

   Se suele llamar “cólico del lactante” al llanto prolongado, inconsolable y aparentemente inexplicable que sufren los bebés en sus primeros meses de vida. Lo cierto es que no se sabe lo que les ocurre, pero se llaman “cólicos” porque pareciera que el bebé sufre dolor, posiblemente localizado en la zona abdominal.

   Muchos veces se confunde con gases o con crisis de lactancia, o símplemente con bebés que demandan mucho contacto y atención, pero un verdadero cólico del lactante es aquel que no se consuela de ninguna de las maneras. Si tomaste a tu bebé en brazos y dejó de llorar, no era cólico, si le meciste, le diste un masaje o una medicina para los gases y mejoró, o si encontraste una causa por la cuál se pudiera sentir mal o incómodo, no era cólico, porque el cólico no parece tener explicación y no se calma.





   Desde que soy madre he seguido a muchos pediatras y expertos en bebés y crianza, a los que admiro y estoy de acuerdo con muchas de sus afirmaciones, ya que coinciden con las convicciones de mi instinto maternal, pero hay algunos que llega la hora de hablar de los cólicos y se quedan solos...
   
   Y es que con respecto al cólico del lactante hay mucha confusión, aparte de lo que ya he adelantado, e incluso controversia. Éstas son algunas de las inexactitudes (o al menos por mi experiencia puedo decir que no son afirmaciones del todo ciertas) con las que me he topado:

  1. El cólico del lactante no existe. Quien diga esto evidentemente no lo ha vivido, no ha visto a su hijo retorcerse en sus brazos y chillar de dolor durante horas sin poder hacer nada para calmarle, dudo incluso que lo haya visto de lejos.
  2. Son gases. Ésta es una confusión muy habitual, como decía antes, pero no, los gases son una cosa (que pueden ser muy molestos y chocantes, eso es cierto) y el cólico es otra. Muy a menudo se habla de que “el bebé tiene coliquitos” refiriéndose a que está molesto con los gases, como la inmensa mayoría de los bebés, o se recomiendan masajes, medicamentos y ejercicios anticólicos que sólo sirven para aliviar los gases del bebé.
  3. Los segundos hijos no tienen cólico. Estoy sí que doy fe de que es mentira. No digo que sea más o menos frecuente, lo desconozco, pero mira por donde que a mí me ha tocado vivirlo por dos veces, aunque cada una de una forma distinta y con una intensidad distinta.
  4. Los bebés porteados no tienen cólicos. Mi segundo bebé fue porteado desde que nació, y a brazo limpio la mayoría de veces porque donde vivimos hace tanto calor en estos momentos que cualquier tela que le ponga alrededor a mi Gansiki le hace sudar como un pollito. Aunque sí que es cierto que muchas veces por comodidad y conveniencia usamos carrito, la mayor parte del tiempo, en el diario, pasa más rato en mis brazos que fuera de ellos (la de cosas que aprende a hacer una con una sola mano en tan poco tiempo oigan). Sí que es cierto que la posición vertical es muy favorecedora, sobre todo para aliviar los gases, y que para que el bebé se esté desgañitando solito en su cuna, prefiero que se desgañite en mis brazos mientras lo beso y lo mezo.
  5. En la naturaleza no existen cólicos. En una entrevista a una figura de renombre en lactancia vi que se comparaba a los bebés humanos con gatitos, que no tienen cólicos porque su mamá los lame y eso les hace masajes... casi muero de risa. Para empezar porque comparar a la especie humana con otro animal, que ni siquiera es un primate, es pasarse 3 pueblos y medio, ya que en la naturaleza los bebés nacen muchísimo más maduros que los humanos, y de hecho una de las causas a las que se atribuyen los cólicos es la inmadurez de los órganos. Además, doy fe de que por mucho que se masajee y portee y menee a un bebé todo el día, no se le quitan los cólicos, y si se le quitan es que no eran cólicos.


     "¡Espérame Misifú! ¡Que yo todavía no controlo!"

  6. El cólico es fruto del desapego. Yo no sé si será cosa exclusiva de la sociedad occidental o de los países desarrollados o de la actualidad (en caso de que sea cierto que los bebés cavernícolas no tenían cólicos, y que las tribus indígenas tampoco saben lo que es eso). Qué no daría yo por saber cuáles son los factores que lo generan para no tener que hacer pasar a mi bebé por ese trago. Lo que sí que puedo asegurar es que difícilmente puede haber más apego con mi bebé en mi casa y tiene el cólico.
  7. El cólico del lactante aparece desde el nacimiento. En el caso de mi Gansi sí fue así, pero a mi Gansiki le empezó a aparecer paulatinamente a partir del mes de vida.
  8. Ocurre por la falta de experiencia de los padres, que transmiten el estrés y la frustración a su bebé. Pues no, miren, con mi segundo peque, como ya sabía lo que era, que no es grave y que se pasa, cada vez que le ha dado lo he llevado de una forma muy tranquila y paciente, tratando de transmitirle mi calma y mi amor. Ya no vamos a urgencias cada dos por tres como con Gansi, temiendo que estuviera enferma y por eso llorara.
  9. Se da siempre a la misma hora. La “hora bruja” que lo llaman. Sí es verdad que yo no se que tiene la caída de la tarde que parece desencadenar el cólico. Entre las 8 y las 12 de la noche es la peor hora. Pero no es que sea a una hora fija, más bien es más probable que ocurra dentro de una franja horaria. Pero hay bebés, como mi Gansi, a los que les da a cualquier hora, y otros, como mi Gansiki, a los que ni siquiera (gracias a Dios) les da todos los días.
  10. Se pasa a los 3 meses de vida. A mi Gansi le dio a diario hasta los 4 meses y esporádicamente hasta más de los 6.
   Ya es bastante frustrante que te toque un bebé así, como para encima tener que estar escuchando de las eminencias a las que admiras que te lo estás inventando todo, y que eso es que no coges suficiente a tu bebé en brazos, que eres bajo tolerante.

   No señores, dos veces no me voy a equivocar, y sé cuándo son gases, mi segundo bebé tuvo gasecitos desde que nació, sé reconocerlos y aliviarlos, pero ha sido porteado, colechado, masajeado y apegado desde el nacimiento, y cada día me preparo (esperando que ese día no suceda) para esas dos horitas de chillidos inconsolables hasta que todos caemos agotados, mi peque de llorar y nosotros de masajear, acunar, dar pecho sin parar hasta que duelen los pezones, pasear y menear.
   
   Imagina a un bebé tomando el pecho plácidamente o durmiendo en los brazos de su madre, al que de repente se le nubla la mirada, se pone tieso como un palo y empieza a llorar como si tuviera fuego por dentro y a retorcerse durante mínimo una hora, sin saber qué le pasa ni poder consolarlo. Para nosotros ya es algo natural, algo cotidiano, ni nos afecta porque sabemos que desaparecerá, lo aceptamos y convivimos con ello.

viernes, 5 de agosto de 2016

La llegada de Gansiki

   Si hay una palabra que defina la llegada a este mundo de mi Gansiki, sin duda es “prisa”. Sí, mi peque tenía muchísimas ganas de nacer y vino con mucha fuerza cuando aún no lo esperábamos.

   Soy la primera defensora del “no comparar”, pero en el caso de mis peques me es inevitable, ya que no podrían ser más diferentes. Ya su llegada al mundo difiere tanto como las estaciones en que nacieron: invierno y verano.

   Mi Gansi se hizo esperar casi 41 semanas, así que recién cumplidas las 38 de Gansiki yo esperaba embarazo aún para largo, pero mi intuición me venía diciendo que quizá se adelantara, porque había expulsado ya el tapón mucoso, me encontraba incómoda, como si sintiera a mi peque muy encajado y apretado dentro de mí, pero por lo demás estaba tan tranquila.

   Como es propio de una embarazada, mi síndrome del nido me tenía preparando mi casa para que estuviera perfecta para recibir a mi bebé, pintada, limpia a fondo, ordenada... recién había terminado de montar unas cajoneras para meter la ropa de mi peque (el resto de armarios estaban ya copados con ropas del Ganso, de la Gansi y mías, es lo que tiene vivir justos de metros), y poseída por el espíritu DIY me había dado hasta por el bricolaje.

   Esa mañana me encontraba igual que todas las demás, así que tras poner desayunos, terminar las labores de bricolaje (ni tiempo dio a guardar las herramientas), quehaceres domésticos, hacer la compra del mes yo solita, y almorzar, me senté en el sofá rezando para que mi Gansi me dejara descansar un rato. Y ahí fue cuando lo sentí. ¿Había sido aquello una contracción? “No puede ser, demasiado pronto y demasiado suave, habrá sido una de las de Braxton Hicks, cuando esté de parto lo sabré, ni que fuera primeriza”... Ay Gansa...

   Tenía descargada en el móvil una aplicación de temporalizar contracciones (contraction timer por si a alguien pudiera interesarle) que me parecía de lo más práctica para no tener que estar mirando el reloj y con el lápiz y el papel encima anotando a cada rato.

   De ser contracciones esperaba el mismo patrón que la última vez, suaves y cada media hora, y acortándose en el tiempo y aumentando en intensidad paulatínamente. Pero lo volví a sentir... ¡y sólo habían pasado 5 minutos! “Menos mal que no son contracciones de parto, si no tendría que salir corriendo ya al hospital y aún no tengo ni preparadas las maletas”... Ay Gansa...

   Y así seguí durante una hora, con contracciones suaves cada 5 minutos, hasta que de pronto se paró. “Lo sabía, falsa alarma”. O eso pensaba yo, así que preparé todo para llevar al Ganso y a la Gansi a la piscina. Con el tapón mucoso expulsado, yo estaba de secano. Y por el camino, conduciendo, más contracciones seguidas, pero aún eran soportables, así que pensé que sería que mi cuerpo se estaba preparando para el gran día, pero ya me estaba empezando a cuestionar si resultaría que el gran día iba a ser ese.

   Volvimos de la piscina, preparé la cena y bañé y acosté a mi Gansi. Le dije al Ganso que se acostara no fuera a ser que tuviéramos la noche movidita. Me duché, y ya la cosa se empezaba a poner seria, aquello ya dolía, y apenas habían pasado 5 horas desde la primera contracción suave. Dí de comer a nuestras mascotas y recogí la cocina en puro modo negación, pero ya no podía más y le dije al Ganso “avisa a tu padre para que nos lleve al hospital ya o el bebé nace aquí”. Mi suegro vino raudo, riñéndonos por haber esperado tanto, y me encontró a cuatro patas. Mi cuerpo estaba ya buscando postura para alumbrar a mi bebé. Iba en el coche (en la vida habíamos corrido tanto) medio tumbada, sujeta al agarrador del techo, y sentía muchos deseos de pujar. Iba a decirle a mi suegro que parara el coche, porque sentía que mi bebé nacía ya, pero tenía la esperanza de que al no haber roto aguas aún me daba tiempo de llegar al hospital.


 "¡Corre Ganso! ¡Que lo tengo en puerta!"


   Llegamos y al subirme a la camilla la celadora me advirtió de que llevaba los pantalones ensangrentados. Una contracción brutal y sentí que algo estallaba dentro de mí, como un globo de agua, mientras la camilla corría por los pasillos. Pero el personal de maternidad no entendía la prisa, ellos tienen sus protocolos y no sería la primera vez que veían a una parturienta retorcida de dolor pero aún muy “verde”, así que me hacían las preguntas de rigor, como cada cuánto tenía las contracciones, y me pedían que me pasara al potro para explorarme, lo cuál les dije, entre gritos de dolor, que me era imposible. Accedieron a explorarme en la camilla, y al quitarme la ropa debieron ver la cabeza del bebé asomando porque me dijeron: “efectivamente, estás de parto”. Mi cara era de:





   Me pasaron corriendo a paritorio y en un par de pujos sentí la cabeza y luego el resto del cuerpo de mi bebé. Lo recuerdo vívidamente, estaba muy despierta, y no me había dado tiempo a cansarme. Casi diría que disfruté la experiencia, jo, cuántas quisieran decir lo mismo, me considero super afortunada de haberlo sentido con tanta intensidad.

   La recuperación ha sido buenísima, aunque ha costado adaptarse a la nueva rutina, que ha coincidido además, justo con el cambio de rutina del fin de curso. Se me ha pasado el primer mes de vida de mi peque que no me he dado ni cuenta.

   Ahora me encuentro en un estado de agotamiento y felicidad. Con ojerillas de panda pero la sonrisa siempre puesta, a pesar de algunos contratiempos muy típicos de la maternidad, de los que ya hablaré.

martes, 19 de julio de 2016

Altas capacidades

   Cuando veo a algunos padres describir ojipláticos los progresos de su peque y decir con orgullo “a lo mejor es superdotado”, lo que pienso es que está muy bien que se alegren pero a mí me recorrería una gotita de sudor por la espalda, y es que ser padres de un niño de altas capacidades no es tan fácil como algunos se imaginan.

   Algunos imaginan a los niños de altas capacidades como niños que aprenden solos, que no hace falta ni ayudarles con los deberes, vamos que a poco más y se cambian solitos los pañales, y por supuesto esto les garantiza que triunfen en la vida.

   Pero no hay que olvidar que pedagógicamente, tanto los niños de altas capacidades como aquellos que van por detrás de la media están catalogados como niños con necesidades educativas especiales. Sí, un superdotado tiene necesidades especiales que no se refieren a que haya que comprarle más libros ni ponerle música clásica o documentales, y hay que cubrírselas. No, no se mueren si no se las cubrimos, igual que los niños con otros tipos de necesidades educativas especiales tampoco se mueren, pero hay consecuencias en ambos casos.

   Hay quien asocia la alta demanda con las altas capacidades, ya que en muchas ocasiones estos niños especiales ya vienen sabiendo cómo reclamar su correcta estimulación, pero ni todos los niños de alta demanda son superdotados (son simplemente eso, más demandantes de lo habitual), ni todos los niños que desarrollarán capacidades por encima de la media son altodemandantes.

   Ser padres de un niño con cualquier tipo de necesidad especial es una gran responsabilidad, y un niño con alta capacidad no sólo es un niño “más listo que los demás”, ni siquiera garantiza que sea el que va a sacar mejores notas o el que va a encontrar trabajo enseguida y de ministro para arriba.

   “¿Hay que preocuparse? ¿Debemos temer acaso que nos salga un niño así?” Pues tampoco. Y tampoco hay que obsesionarse con la estimulación en general, sino observar aquellos aspectos en los que nuestro peque sobresale y centrarnos en ellos, pero de forma tranquila y respetando su ritmo.

   “¿Pero y eso cómo y cuándo se sabe?” No te preocupes, lo sabrás, puede que haya un momento en que lo sospeches y al final no sea, pero si resulta que lo es, lo vas a saber, y en el cole mismamente te lo podrán confirmar. Pero si no puedes con la intriga y necesitas confirmarlo, hay una serie de claves para detectar a un superdotado

   Lo más probable es que si tienes un peque así, llegue un momento en que te sobrepase y necesites ayuda, o por lo menos orientación, para darle todo lo que necesite y evitar, sobre todo, que se frustre y que desarrolle problemas de conducta negativos (que son algunas de las consecuencias de la incorrecta atención de sus necesidades especiales).

   También aclarar que no siempre altas capacidades y superdotado son conceptos equivalentes. Se puede sobresalir de la media sin llegar a ser superdotado.

   Y hoy, sobre todo, me querría centrar en cómo me sentiría como madre si alguno de mis peques estuviera diagnosticado como de capacidades especialmente altas. En primer lugar ¿lo desearía? ¿desearías tú que tu peque sobresaliera de la media? Yo sinceramente diría que me es indiferente, que aceptaría a mis peques tal y como son independientemente de cómo fuera su inteligencia con respecto a los demás, tanto si van por delante como por detrás, como en el mismo punto medio, y me centraría en dedicarles el máximo tiempo que me fuera posible dentro de mis circunstancias, para disfrutar de ellos y conocerles lo más profundamente posible, saber qué les gusta, qué les hace felices, qué les resulta difícil, en qué les puedo ayudar o estimular, transmitirles toda mi experiencia, y sobre todo, que sientan que nunca les va a faltar el amor y la comprensión por parte de sus padres.

   Porque es fácil que los niños especiales se sientan incomprendidos, aburridos y sobreexigidos, que se retraigan y se aíslen del mundo.

   “¿Se debe coartar que sobresalgan? ¿Es preferible tener un peque más normalillo y que se integre mejor en la sociedad? ¿Acaso es esto posible?” Realmente, hagamos lo que hagamos, no vamos a “bajar el nivel” de nuestro peque aunque queramos, lo único que podemos conseguir es generarle cuanto menos ansiedad, rechazo a sí mismo y baja autoestima. Habrá quien piense que nadie en su sano juicio querría hacer algo así, pero hay personas para las que es más importante que su peque se integre con la media y sea un niño “normal”, que sea como los demás, que haga lo mismo que la mayoría, que no destaque, ya que piensan que así serán más felices, porque, por desgracia, en nuestra sociedad, lo diferente muchas veces genera rechazo, y ninguno queremos que nuestro peque sea el rechazado, el paria, el “rarito”, el “empollón”, el que incluso sufre bulling. Y por lo que debemos empezar es por enseñar a nuestros hijos a amar y aceptar la diversidad, y esto en mi opinión es tarea compartida de los centros escolares y los padres, pero el peso de esta labor debe recaer siempre en los padres o tutores, sobre todo a través del ejemplo.

   Al fin y al cabo, lo que queremos todos los padres, sin ir más lejos, es la felicidad y el bienestar de nuestros peques.

   Mi consejo es no obsesionarse con tratar de definir el coeficiente intelectual de nuestros hijos para detectar cuanto antes sus capacidades, simplemente disfrutar de nuestros peques tal y como son, sin compararles, y si llega el caso de que descubrimos que sus necesidades son tan especiales que ya nos sobrepasa intentar cubrirlas, pedir ayuda y orientación, y sobre todo, que sientan que les damos todo el apoyo y la aceptación que podamos.



viernes, 17 de junio de 2016

Señoras que comparan

   Hoy dedico esta entrada a las “Señoras que comparan tu embarazo/parto/crianza”, con los suyos, con los de sus conocidas o incluso con tus propios embarazos/partos/crianzas anteriores. Si bien es cierto que a la hora de opinar, comparar o criticar cualquiera que tenga boca se lanza (de hecho, yo he recibido comparaciones muy irritantes por parte de señores y no tan señores), la mayoría de las veces son las madres, suegras, abuelas o vecinas las que comparan con buenas, o no tan buenas intenciones.

   Una de las cosas que he aprendido de mi maternidad es que nunca se debe comparar, no sólo porque las comparaciones no sientan bien (ni siquiera aquellas en las que una parece que sale ganando) sino porque no son justas, ya que no existen dos embarazadas iguales, ni embarazos iguales siquiera en la misma mujer, ni partos iguales, ni bebés o niños iguales, ni circunstancias personales iguales, y además, los tiempos cambian.

   Y aunque haya quien diga que cualquier tiempo pasado fue mejor, yo he vivido una infancia en la que, por ejemplo, era socialmente aceptable fumar delante de embarazadas, bebés y niños (incluso echarles el humo para “fortalecer sus pulmones”), y el médico te recibía con la consulta llena de humo y el cenicero lleno de colillas, y “no pasaba nada”. Igual que “no pasaba nada” porque viajaban 6 niños en el asiento trasero de un seiscientos sin cinturón de seguridad ni “tonterías modernas”.

   Una con el tiempo va entrando en modo “zen” y le resbala todo lo que le digan los “opinólogos”, pero, en un principio me irritaba muchísimo que me compararan. A ninguna embarazada con malestares muy acusados le gusta que le digan que “pues Fulanita de Copas estaba perfecta, preciosa y radiante”, o que “cómo que ya está de baja si Menganita poco más y tiene al niño en el trabajo”. Cada una tiene una fisionomía, y ni siquiera sienta bien que te digan que qué poca o cuantísima barriga tienes al lado de Fulgencita, que está divina y tú con esas ojeras.



 -"Ésta seguro que no te la han dicho... ¿seguro que no son gemelos? jurjurjurjur"...
(mención especial a todas esas señoras que manosean tripitas sin pedir permiso)


   No, los embarazos no se comparan (ni las barrigas siquiera, qué mania de preguntarle a una cuánto peso has puesto), ni los partos tampoco, unos tardan más, otros menos, unos son más intervenidos y otros más naturales, y algunos dan lugar a postpartos peores (“perdone que esté echa polvo a pesar de no haber tenido una cesárea, pero he tenido muchísimos desgarro y muchísima pérdida de sangre y no puedo ponerme de pie y andar por la habitación como si nada, como hace aquella muchacha a la que no le han dado ni un punto”).

   Ok señora, usted tuvo 4 ó 5 y nadie la ayudó, ni siquiera su marido porque antes los maridos no “ayudaban” (nótese que a la corresponsabilidad se le sigue llamando ayudar en el siglo en que estamos), tenía la casa radiante y al día siguiente de parir ya estaba llena de energía y llevando a sus peques al cole como si nada, minipunto para usted, pero mis circunstancias no las conoce y quizá de tantas criaturas como tuvo ninguna le salió tan demandante como la mía, pero ah claro, que eso es porque yo no lo estoy haciendo bien...

   Pero ya el colmo de las comparaciones llega cuando estás criando a tu bebé, sobre todo si tu filosofía de crianza difiere de lo “tradicional” (vamos, de lo que han hecho nuestras madres o abuelas), y es como si sintieran que de alguna forma les estás diciendo (aunque ni abras la boca) que ellas lo hicieron mal y sintieran la necesidad de justificarse y decir “pues no lo haría tan mal porque mis hijos mira qué bien, qué sanos y qué hermosos y felices se ven”.

   Sí, señora, usted con sus hijos lo hizo de otra manera y “están perfectamente”, igual que usted también está “perfectamente” y seguro que su madre a usted tampoco la crió exactamente de la misma manera que crió usted a sus hijos.

   Pero resulta que los tiempos van cambiando, y cada madre hace con sus hijos lo que piensa que es mejor para ellos en base a la información y los conocimientos de que dispone en ese momento. A unas les dijeron que sus bebés debían dormir boca abajo, a otras que boca arriba, a unas que les dieran biberón que total era igual que la leche materna y las iba a liberar como mujeres, a otras les dijeron que dejar llorar a sus bebés era bueno para sus pulmones y que era malísimo, peligrosísimo e incluso antihigiénico que los padres durmieran con sus hijos.

   Y qué casualidad que todas las cosas que difieren y chocan con mentalidades de otra época son siempre “moderneces”, tonterías y modas absurdas para estas señoras, que ya parece que han olvidado que hubo un momento en que hacerle tantas revisiones a los niños y ponerles tantas vacunas también era una modernez y una tontería que “no servía para nada”.

   Por supuesto que hay muchísimos niños que se han criado estupendamente tomando biberón y sólidos a partir de los 4 meses, pero también hay otros muchos que han desarrollado intolerancias y con los que sus padres se han tenido que gastar una pasta en leches especiales porque la de vaca era una bomba para sus peques.

   Poca gente se imagina el proceso al que hay que someter la leche de otra especie para hacerla apta para la nuestra, pues ahora imagina una época en la que, si no había otro remedio, se le metía al niño leche de vaca o de cabra tal cual o diluida en agua, y en muchos casos “no pasaba absolutamente nada”, y no quiere decir que sea lo más saludable o que realmente a nuestro peque no le vaya a pasar nada si se lo hacemos así.

   Por supuesto que no nos ha pasado nada a todos los que no hemos viajado a contramarcha de pequeños, ni hemos usado cinturón siquiera y estamos aquí para contarlo, pero a muchos otros sí les ha pasado.

   Y me sigue dando un poco de rabia que piensen que mi forma de criar a mi peque se basa en una cultura moderna o en un libro de marras, cuando lo único que hago es seguir mi instinto y utilizar los conocimientos de que dispongo en base a mis vivencias, a mi experiencia y a las últimas evidencias científicas a las que tengo acceso, para tratar en la medida de lo posible de averiguar y cubrir las necesidades de mi peque y aportarle salud, bienestar, amor y felicidad. Vamos, que lo que hago es lo mismo que hacen toooodas las madres del mundo y que han hecho a lo largo de la historia, y que unas lo hagan de una manera y otras de otra no significa que unas sean mejores y otras peores, símplemente que disponen de otros conocimientos o que sienten que lo que hacen y cómo lo hacen es lo correcto y lo mejor.